Los corazones callan,
el tuyo cayó por demasiados años.
¿Por qué no me habías dicho que me amabas?
Ayer (siempre hallándote en mi ayer)... ayer, caminamos de la mano, sin prisa y con las miradas empañadas. La luces de la noche se perdían con nuestra música, la creación de nuestras voces tocándose otra vez. Y yo que pensé que hoy hablaría de amores olvidados; terminaré escribiendo sobre corazones que se entregan.
Tu mirada nunca ha vuelto a parecerme tan vacía, tan perdida en la incertidumbre como anoche. Te acaricié la mano porque también sentí ese amor, el amor que perdura a pesar de los naufragios.
Cuando llegué a casa saboreé soñar despierta hasta el amanecer. Me arrebataste el sueño y los suspiros como antes. A penas me imaginaba la silueta de tu rostro frente a mí, y si llegué a dormir, fue con el calor de tu mano entrelazada con la mía. Y fue mi fantasía ese mirar tan tuyo, tu boca y tu abrazo también.
No te vayas otra vez. Sabía que pasaría, que volverías; pero por favor, no te vayas otra vez. Ahora quiero escucharte cantarme en el oído. La primera ocasión fuimos niños, hoy el tiempo ya ha pasado.
No hay recuerdos de ataduras entre nosotros, nuestra historia solamente fue emoción, aventura... después; desgracia. Mis labios no tuvieron que sellarse cuando estuvimos juntos, tú me entendías, tú me amabas así.
Aunque estuviste a punto de provocar una lágrima, el beso del encuentro apaciguó la herida. No extraviaría tu bella risa por nada, ni por tu poesía o tu carisma natural.
Jamás la noche oyó dos voces tan iguales, tan la una para la otra, tan imperfectamente compatibles. Y fueron las voces los recuerdos, las anécdotas.
Al final tu voz fue esa caricia, la que no se olvida, la que se envolverá en mis cobijas y me arrullará al dormir.
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