jueves, 16 de junio de 2016

El Retrato de Dorian Gray y la genialidad de su autor

  

Basil Hallward, la representación del principio artístico en Oscar Wilde

por Violeta Carrasco Jiménez



Entre el aroma de las lilas, entre alfombras persas, el zumbido de las abejas y los espirales de humo de un cigarrillo opiado, yo me pregunto quién es Basil Hallward.


A pesar de los abrumadores aspectos psicológicos otorgados por Oscar Wilde en sus protagonistas (Dorian Gray, Lord Henry Wotton y Basil Hallward) el pintor es el más enigmático de ellos, de quien pocos se han atrevido a inferir o escribir porque la aurora mística del personaje sobresale desde la primera hoja, está en él la firma de Wilde ya que, como se sabe, El retrato de Dorian Gray (su única novela conocida) es un trabajo autobiográfico -aunque bien podría serlo todo arte-; el mismo Wilde dijo: “Basil Hallward es lo que creo que soy; Lord Henry lo que el mundo cree que soy; Dorian lo que me gustaría ser –en otras épocas, tal vez” (Letters, 352) 


Se afirman tres posibles representaciones del significado de Basil para Wilde: la homosexualidad y su secreta relación con Lord Alfred Douglas, un evento real suscitado con un artista en su pasado y su genio literario disfrazado bajo la habilidad de un pintor.

Por ejemplo, Hesket Pearson, autor de La vida sobre Oscar Wilde (1946) afirma que el poeta solía visitar al pintor Basil Ward en su estudio y “Uno de cuyos modelos era un joven de excepcional belleza…” Cuando el retrato estuvo terminado y el muchacho se fue, a Wilde se le ocurrió decir que era una verdadera lástima que criatura tan gloriosa tuviera que envejecer. El pintor le contestó: “Sería maravilloso si pudiera conservarse tal y como es mientras el retrato envejeciera y se marchitara en su lugar.” 

Tarsicio Herrera Zapién, en Las odas de Horacio e la novela de Wilde, menciona: “El pintor Basil está avasallado por el brillo juvenil de su amigo Dorian, del mismo modo que, en la vida real, el autor lo ha estado por la juventud de su amigo Lord Alfred Douglas.

Las tres propuestas mencionadas tienen su valides; en cuanto a mi hipótesis, esta radica en lo que la obra y el personaje dicen por sí solos, puesto que a través de la lectura sólo del primer capítulo de El Retrato de Dorian Gray asumo siquiera cinco simbolismos adjudicables a Basil:

1.- El sentimiento de frustración frente a la belleza.

2.- La incomprensión hacia su ideal de amor y su proceso creador.

3.- El principio artístico o la genialidad.

4.- El deseo de sufrimiento.

5.- La ambición. 




Para ilustrar tales simbolismos empecemos por recordar que Henry tacha a Basil de pretencioso, después de oírlo decir que “ha puesto demasiado de sí mismo” en el retrato y tras realizar la comparación, percatarse de la ausencia de semejanzas entre el semblante inteligente del pintor y el rostro de belleza griega de Dorian. El primer símbolo que adquiere Basil en la novela es el de “frustración”, puesto que “la belleza, la verdadera belleza acaba donde comienza una expresión inteligente” (18) Así evidencia Wilde la abismal distancia entre él mismo y lo hermoso de sus creaciones, al igual que el miedo a lo efímero de sus fuentes de inspiración.

Seguido a esto, Basil pasa de “frustración” a simbolizar la “incomprensión” que vivió el autor como artista: Henry (representante en la novela de cierto sector social inglés) interpreta literalmente aquello sobre poner demasiado de sí mismos en una obra; a diferencia de lo que Wotton cree, esto tiene un significado único y distintivo dependiendo del creador. Empero, la incomprensión no yace solamente en este punto, también en la idea de pesadez y sentir que tiene Basil hacia aquellos que poseen perfección física o intelectual, puesto que detrás de ello existe siempre algo trágico. Sus fuentes de arte eran así, trágicas y con grandes personalidades.

El sentimiento de incomprensión se extiende a lo largo de su obra, como si buscara explicarle a la gente aquello que no podría decir sin un personaje y una novela de por medio. De Igual forma, al recalcar: “Cuando quiero a alguien intensamente, no me gusta decir su nombre a nadie. Es como renunciar a una parte de él.” (19) se refiere al proceso artístico de Wilde, remarcando el momento en que un artista primero posee su obra, se envuelve en su secreto y la guarda recelosamente, para después embutirla en un fin artístico. 


Es bajo una pregunta muy directa de Henry, que Basil esclarece la verdadera razón del porqué no desea exponer el retrato en la galería, lo cual sería el trasfondo de todo el trabajo literario de Oscar Wilde; tanto la pintura como las letras revelaban el secreto de sus almas. Y dicho secreto se resume en la capacidad innata del artista para sentir cierto “llamado” por parte de sus futuros objetos de inspiración, cosas o personas poseedores de lo que Wotton etiquetaba bajo “personalidad” y yo renombraría como “personaje”; un llamado perceptible únicamente por los sensibles en tacto, vista, premonición, olfato, en sentimiento, en gusto; características de un genio.

El encuentro a continuación del “llamado” ocasionado por Dorian hacia Basil en el momento de conocerse, es descrito como una experiencia terroríficamente placentera y placenteramente terrorífica, planeada por el destino y fuera del entendimiento de la conciencia, algo inevitable en la vida del genio. El artista desfallece ante su obra maestra, sucumbe en el amor y sufrimiento que conlleva para al final morir, literalmente, en sus manos y por sus manos.

Basil ha pasado ahora a simbolizar un principio artístico o la genialidad en Wilde. Este encuentro es deseo del artista y del “personaje”, siempre sintónicos. El artista es capaz de sentir tales vibraciones o tal llamado en los objetos inanimados y hasta en los fenómenos naturales. Tampoco esto nada tiene que ver con la amistad, es más bien una clase de dependencia mutua una vez que el encuentro se ha dado. Ni debe confundirse con la homosexualidad del escritor, porque a causa de su delirante búsqueda por todo lo bello, se encuentre en donde se encuentre, todo artista podría catalogarse como “bisexual potencial”.

El retrato de Dorian Gray no propone un triángulo amoroso queer, sino que enseña las gamas del amor. El amor de Hallward hacia Gray, como el de Wilde hacia Douglas no es indispensablemente un amor sexuado; Basil no descubre a Dorian, Basil crea a Dorian quien, al lado de Alfred, posiblemente se unifica en la siguiente frase de Charles Bukowski, “Encuentra lo que amas y deja que te mate.” Suponiendo tal y como lo dijo Herrera Zapién, Dorian no es otro más que Alfred Douglas, y la razón, si bien hablamos de amor, que llevó a Oscar a su juicio final.

En cambio, la sutil influencia provocada por Dorian y la repercusión del “llamado” poseen niveles, son paulatinas no repentinas y se distinguen por la fascinación y el sufrimiento. ¿Qué si es simple idolatría? posiblemente, no lo desmentiré, porque acorde a la vida de Wilde cualquier cosa pudo ser un capricho, la verdad es que en la literatura como en la pintura o en cualquiera de las artes, cada uno ve lo que quiere ver y mi postura, aunque con bases, es personal. Temo que jamás se llegará a un acuerdo.

Por otro lado, esta lucha entre lo racional (Henry) y el romance (Basil) son el interior de ambas partes de la mente de un genio que discuten deliberadamente para toda la vida. Mi idea sobre qué representa realmente Basil Hallward en el trabajo de Oscar Wilde es firme, pero su cabeza es dispersa y violenta como la de cualquier genio o artista. Quizás, regresando a los símbolos, Basil signifique sencillamente “sufrimiento” o “deseo de sufrir” más que un principio de genialidad, porque es por voluntad suya que muere y se destruye, abraza la suela que aplasta su flor, es como si se esforzara en querer morir mientras Dorian se esforzara en querer matarle.

La contradicción no es tema en la obra de este escritor, lo es el contraste, la paradoja, dejando clara la visión de la complejidad de sus ideas y demonios. Irrefutablemente Basil, como Wilde, eran presa del Arte, así con mayúscula, como si tuviera vida propia y que, de un modo u otro, los conduciría irrevocablemente a su muerte.

A pesar de dicha afirmación, tras analizar de lleno la presencia del pintor en el primer capítulo, se me ocurre que debido a las referencias que se tienen sobre los caprichos de Wilde, la ambición pudo ser la única digna de mención en su obra. Basil pudo adquirir el símbolo de su “ambición artística”, lejos de un noble idealismo sobre ser artista, porque no sé en qué medida puede caber el amor en una novela a expensas de caer en la sátira y la crítica, de igual modo que desconozco de qué es capaz un escritor para camuflar su yo interno, que se esboza entre líneas tímidamente

La verdad sobre Basil Hallward seguirá siendo un enigma en todas las generaciones; habrá de comprenderse a Wilde no sólo como autor aclamado y pulcro en sus letras, ni como homosexual acusado y agraviado por la autoridad, tal vez sí como esteticista empedernido y dedicado plenamente a su oficio, tanto que dejóse pisar por la majestuosidad de la belleza, tal como lo hiciese Basil ante Dorian Gray, y que al fin y al cabo la majestuosidad del arte asesina siempre corazón y esencia del genio elegido.

Ergo, quedo sin conclusión concreta, deseando sólo que Wilde haya otorgado pinceladas sueltas al menos sobre lo que para mí sería la concepción de un artista pleno.





Referencias:

Paglia, Camile. Sexual Personae. 1990.

Wilde, Oscar. El retrato de Dorian Gray. Mexicanos unidos s.a, 1891.

(Letters, 352)3Leuers.p. 352. citado por P. Funke (1972): op.cit..

Hesketh Pearson. La vida de Oscar WIlde. Greenwood Press, 1978. Print.

martes, 7 de junio de 2016

Bajo la Lluvia

Había una vez, en el reino de los sueños, una joven encerrada en una misma pesadilla. No sabría decirles cuanto tiempo llevaba allí, puesto que en aquel reino no existe unidad de medida para tal; los sueños carecen de inicio o fin, se repiten en espirales. Y en esta, eternamente era de noche y eternamente llovía. La joven, de inocente apariencia, cargaba consigo un paraguas y paseaba sola, encontrándose ocasionalmente con criaturas del reino.

Hadas mortíferas solían ofrecerle regalos de su cultivo de flores para que adornara su cabello castaño. Todo aquello que crecía en el bosque, crecía muerto, por ende las flores siempre estaban marchitas. Cuando jugaba al escondite, lo hacía con su sombra; si tocaba a un duende, lo transformaba en piedra. Todos los árboles, secos, no le propiciaban ningún refugio para la lluvia; y era fácil perderse entre los senderos, todos se veían iguales, porque todos eran lo mismo.

De vez en cuando el silencio se rompía por horribles cantos provenientes de las arpías que custodiaban el cielo y moribundas aves en sus nidos. Un día, la joven halló a una de estas criaturas tendida sobre la hierba, cuando la vio sintió sincera compasión y el ave, agradecida, le cantó un poco. La joven, convencida de que si aún cantaba, podría volar, la arrojó al aire y le pidió que la llevara consigo. El ave la tomó de los brazos y con increíble fuerza la levantó del suelo. Ella soltó su paraguas.

La joven cayó asustada tras oír un terrible bramido atrás de ella. Se había alzado una luna roja y la lluvia ahora la empapaba. La figura de un caminante deforme estaba frente a sus pies. Con los ojos enardecidos hacia la pequeña que intentó escapar, aquel demonio sin cuerpo o forma tiró de unos hilos invisibles y la colocó a su altura. Sin posibilidad alguna de despegársele, ella danzó con él durante media espiral.

Tras un forzado baile para la diversión del demonio, la arrojó al barro, junto a su paraguas, dejándola inconsciente. ¡Oh, pequeña, pobre de mí!, llevo tanto viendo a esta historia repetirse y tú sigues siendo incapaz de volar fuera del bosque. La espiral del sueño se encoje y se extiende pero le es fiel a su narración. Despertarás con miedo, con la lluvia escurriendo de tu rostro, encontrándote ahí, en el siempre.



La joven, tras dormir sin sueño alguno, despertó empapada, abrió el paraguas y siguió caminando bajo la lluvia.