miércoles, 1 de agosto de 2012

5 Minutos

"Nada vale y tú eres la nada que vale mi todo..."

Ayer fue... no lo sé, quizá un sueño más. Me llamó inesperadamente y por primera vez en todo el tiempo que lo conozco no temblé, ni siquiera pensé en nada; no fue como otras veces en las que me sentía tan nerviosa que debía calmarme primero antes de regresar la llamada y poder hablar tranquilamente. Esta vez sólo tomé el teléfono, vi su nombre, reí y contesté.


La plática fue corta, trivial. Él quería verme; dijo que iría por mí. Cuando bajó del auto lo observé atentamente: ojos algo cansados y ese mirar tan distraído de costumbre. Extrañaba mucho su voz, escucharlo hablar de esa peculiar forma. 


Llegamos a su casa, yo no la recordaba así. Tiene la misma manía que yo de andar a oscuras siempre, pero me tomó la mano y me dirigió a su habitación. Inclusive ese cuarto se veía distinto... ¿o será que ha pasado tanto tiempo ya? Y aunque parecía haber menos espacio y mi orientación (mi nula orientación) me indicaba que debía haber otra puerta escondida en el armario, el sabor del recuerdo permanecía inmune.


Noté detalles simples, algunas fotos; me sorprendió no sentir celos, ya no importaba, la confianza alguna vez robada se había vuelto a construir. A él ya no lo miraba como "algo" ni "alguien" que, además, me pertenece. Se sentó en su cama y yo lo hice también, el hombre no paraba de verme, sólo decía que me veía distinta. En efecto yo misma me siento diferente; me sentí diferente ahí, con él, entre la charla y los abrazos, esos que solamente él puede darme cubriéndome de una sensación que no sabría describir; entre las suaves caricias dadas.,.. caricias que naturalmente conducirían a un beso pero que por esta vez fue sólo el rose de dos labios. Somos dos cuerpos perdidos el uno sin el otro, dos almas tristes, confusas e incompletas. 


Lo amo, lo sé. Él también se veía diferente, creo haberlo mencionado unos párrafos atrás. Siempre me ha gustado su cuerpo, pero a veces siento que casi soy capaz de atravesarlo como si tratase de un fantasma... y yo deseando tratase de un espejo. Entraría en detalle de cómo fueron sus caricias, pero temo que unos roses en la mejilla y el cabello me consuelan nada más a mí.


Cuando ya era tarde, nos fuimos. Antes me miró por última vez dándome una vuelta, despacio,  sujetándome la mano y haciéndome girar sobre mi mismo eje. Era ya de noche. Hablábamos de amor, amor común y no del nuestro; hubo un"sin embargo" acogedor, que movió todo pero no cambió nada: 


-Sin embargo... yo solo quiero estar con una mujer -me dijo. - una mujer que aún es una niña.


Yo seguía siendo una niña para él a pesar de haber sentido el tiempo caer sobre nosotros. El dijo que quería estar conmigo únicamente; le creí, le creí a esa vaga sombra de un amor sin futuro, ni presente. 


-No te vayas... -le dije.


-Me tengo que ir.


- 5 minutos.


-¿Para qué..?


-Quiero... quiero verte. - Y comencé a acariciarlo, buscando reconocerlo, reencontrarlo. - Me parece tan extraño... pareces como un sueño, como una...


-Ilusión. 


-Sí, exactamente, ¿nunca has percibido algo como una ilusión?


-No, y espero nunca hacerlo.


Entonces deslicé mi mano desde su frente hasta su oreja, dejándola caer acompañada de un suspiro mío, mientras tanto le decía:


-No lo hagas... es muy doloroso.


Y una lágrima tibia resbaló en mi rostro. No sé que dijimos después, para mí la historia acaba ahí conmigo huyendo del auto.


En algún momento del día acordamos vernos la mañana siguiente. Él no llamó. Una parte de mí sabía que no lo haría.


¿Así será entonces siempre? vienes y te vas, me amas y me olvidas, me necesitas pero me apartas. ¿Cuán contradictorio puedes ser? 


Tu existencia cada día menos real y más de sueño me confunde, me lastima incluso un poco todavía. Necesitaría besarte y un beso, ¡Al menos uno!, me haría saber que eres, que fuiste... y que seguirás siendo a pesar de aparecerte en pesadillas, en mis insomnios, a pesar de mi vida o de mi muerte.





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