El diario estaba ahí, tirado. Llamando mi atención con sus páginas escritas con letras torcidas y garabatos veloces. Con olor a humedad por yacer tanto tiempo en la cámara de lo perdido y de lo que uno preferiría no recordar. Es cierto que en mi infancia sufrí, y sin embargo ¡Cómo viví!, ¡Viví muchísimo y muchísimas cosas! fueron aventuras tan maravillosas que competirían con las Stephen King cuando niño. El diario hace unos 8 o 9 años que lo escribí. Relato a penas dos semanas de mi vida. Dos semanas felices.
Había un árbol en mi escuela embrujada, o al menos yo creí perpetuamente en ese embrujo y pienso todavía lo mismo, pues la he soñado muchas veces junto a sus apariciones fantasmales. Y ese árbol fue motivo de mil juegos y de una historia peculiar sobre hechiceros y elegidos, de poderes mágicos tenebrosos y visiones del futuro. Eramos cuatro buenos amigos y le hacíamos de detectives durante todo este suspenso. Porque esa escuela siempre pareció escalofriante y se nos dio la oportunidad veces seguidas de visitarla de noche. El árbol poseía cuatro marcas y en ellas se plasmaba nuestro destino. O al menos así era nuestro juego, o al menos así crecí confiando en mis poderes mágicos de bruja o de hechicera. No me han abandonado desde entonces, aunque mis tres amigos se perdieron con los años hasta el punto de saludarnos de lejos con la mano al encontrarnos por la acera.
En mi diario abundan los sueños raros; ese don de intuir las cosas a través de dicho medio aún me persigue y yo soy de a menudo cuestionarlo. A veces tenía sueños raros nada más porque sí; alejados de la realidad cotidiana y muy cercanos a mi realidad de niña en sus años medios de primaria. Esos sí los recuerdo claramente y hasta hoy me conmueve cuando soñaba con "mi amor", y le decía a mi diario: Sólo le veo en sueños. Y le hablo. Y él me habla. Sonrío porque sé que continúo enamorada.
Me hace feliz saber que no he perdido todo de mi infancia. Sigo siendo más o menos la misma aunque se torne más difícil ser una infanta en un mundo de adultos, no me lo tomen a mal, es que ellos siempre me parecieron unos aguafiestas. En cambio sonrío todavía con mis locuras y me pregunto si en otros 8 o 9 años sonreiré con las que cometo ahora. Espero que sí, y espero que mi amor de primaria todavía mueva mi corazón. Ese amor que se tienen los niños es como ningún otro. Es así, celoso, celoso y puro como un ángel.
Cierro mi diario porque dos semanas de vida se leen más rápido de lo que se escriben. Gracias a dios siempre me gustó escribir y tengo como diez diarios más por leer. Más con el que escribo ahora, aquí, contigo, mi querido Blog.
(Ilustración de jacek yerka)
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