Mi vida acontece mejor bajo los días nublados;
sin embargo, la otra tarde que hubo sol
yo en carretera y con el vidrio abajo,
con audífonos para transformar las realidades;
pensé en ti.
Me pregunté si aún tendrías la sonrisa partida,
si las noches para ti aún son de desvelo.
Me imaginé a tu habitación en continua oscuridad
con ese usual olor a vino y esa cama destendida.
Quise saber si sigues oyendo la misma música
o si ya terminaste ese último libro de aventuras.
De pronto; caí en el error,
pues me invadió la envidia y turbó mi mente.
Envidié la almohada que besa tus ojos
y a tus pensamientos nocturnos antes dedicados a mí.
Envidié furtivamente al abrazo del sol en tu mañana
y al espejo roto que contempla tu cuerpo.
Envidié, ¡por encima de absolutamente todo!
al cigarro encendido que prueba de tu boca.
Entonces cerré los ojos y decidí tajantemente que me hacías mal
porque de humo eres y envidio a quien llegue a tocarte.
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