De pronto caí en la cuenta de mi soledad. Leía tus cartas con una voz sin voz, porque no fui capaz de recordar la tuya. De todos los hombres que han estado en mi vida, ninguno se ha sabido quedar. ¿Quién soportaría algo tan perturbado, tan aterrador, tan ligeramente bello?
Te conté que desde mi casa la luna tenía más brillo y solía asomarse a deshoras, te conté que lo que escribía era mitad sueño y mitad pesadilla. Cuando finalmente conociste mi mundo me hiciste saber que estaba lejos de lo fantástico, que estaba roto... igual que yo. Te conté que nunca padecía de frío y que detestaba el calor, tanto como detesto tu sarcasmo, tu atrevimiento, tu afán, tus ganas de irte y no volver. Asomé mi cuerpo por la ventana, para fumar entre luces azules, con la desnudez y palidez de mi cuerpo colmada de maldiciones. Mis demonios jamás se irán, este escalofrío será mío por siempre.
Me marea pensar en ti. De nada sirve seguir negando lo evidente: te amo. Desde que te conozco duermo menos y me ido acostumbrado a ya no pintar retratos y dibujar bodegones con lo mucho que los odio. Yacen un cigarrillo tras otro, decoran mi llanto ilegible, mudo, ahogado con las asperezas de mi respiración. Me suelto el cabello, estoy sin sábanas y sin un colchón y con la más terrible de las melancolías.
Detesto esa forma que tienes de acelerar mi corazón, detesto esa forma tuya, única, de estremecerlo todo. Detesto que mientras más escribo, buscándote en las comisuras de mi vida, cuando más espero otra carta tuya, desaparezcas. No es la primera vez, no es la última; estoy acostumbrada a tu deseo de mí por intervalos, tan largos como mi penuria. (Bésame en la boca, me desvanezco). ¿Recuerdas cuando escuchamos música?, de esa que no te gusta oír, de esa con magia. He acompañado tantas de tus noches, en aquel sofá desvencijado, de terciopelo, el único en la habitación. El mundo destruyéndose afuera y yo aquí, hablando de amor sin pausas, porque tú, mi tragedia, embelleces mi mundo. La verdad es que estoy atada al masoquismo.
Por si te lo preguntas no eres mi primer suicidio, estoy enamorada de la muerte lenta. Ya me habían hablado antes de ternura, de estrellas, de cuentos de hadas, de la locura, del erotismo y de muchas otras perversiones. Habían citado antes mi cintura, el lunar en mi oreja, mis labios, mis máscaras; pero la diferencia es, cariño, que en ti las cosas suenan más sublimes, con otros tintes, bajo otras pinceladas. Eres un artista. Mi oscuridad no acaba nunca, menos si se trata de ti. Porque tus ojos me dibujan, a mi cabello tiñes de negro, negra es la tinta de nuestras almas; eres triste. Si hay algo que a mí parecer es hermoso, es la tristeza.
Si hay algo que a mí parecer es más hermoso todavía, es la soledad. Mis soledades siempre se han caracterizado por ese sabor a café sin azúcar, como a mí me gusta, bebido en madrugadas estériles; por las pasiones ininterrumpidas y las danzas suaves, por el miedo que le tengo a mi propia existencia y la lucha ciega para no dejarme morir. Si otro nombre tiene mi soledad es el de deleite; deleite por el olvido, por los cielos nublados, por el dolor, por las risas a carcajadas, por cada instante transcurrido. ¿Quién soportaría la compañía de una mujer sumergida en eternidades?
No es la única ocasión en la que me llaman niña, pero ocurre siempre (¡y te lo digo con reproche, con más pesadez de la que aguanto!) que es por temor a reconocer lo irreconocible; que soy más fuerte que los días lluviosos y más valiente que las cicatrices que llevo conmigo, que aunque traigo el corazón oprimido y en pequeños trozos, cuento con más coraje que el tuyo. Si vivo en sueños no es voluntariamente, es una cuestión de mi naturaleza. Si vienes a mí que no sea con disculpas, ni con la hipocresía de las rosas; sólo ven, no me digas nada.
Se me ha dormido ya el rostro. Se te han acabado a ti las excusas. Las excusas me las sé todas; la distancia, la edad, el desapego, la falta de tiempo, la inconstancia y otro cúmulo de estupideces. La más grande de las tuyas, corazón, es el cinismo, ese que tanto adoro, el que acompaña tus expresiones faciales de banalidad, el arqueo de tu ceja cuando tengo la ocurrencia de ser. Jamás has soportado que sea, ni en mis baños de espuma con el agua hirviendo, ni en mi estado libre, salvaje, lleno de vehemencias y mucho menos en mis injurias de espejo.
La realidad es que con todo y con nada, así te quiero. Voy amándote por el movimiento de tus manos, por el sufrimiento ocasionado por tu ausencia, por tus repentinas apariciones en mi delirio, aquel cansado de las cuerdas flojas, que no atan ni desatan, sólo tientan. La última vez que te vi, admitiste amarme también, pero demasiado pronto o demasiado tarde porque nuestros destiempos y el caos de nuestras vidas no permitían tu goce total. Desde entonces escribes, en impredecibles meses hasta que he decidido, amor, llamarte Noviembre, por tus sombras, tu inestabilidad y desasosiego. Tienes esa capacidad de enloquecerme, de deshojarme, estés o no estés, a tu lado y en tu silencio. Noviembre mío, te amo, te pido amarme, dejarme amarte, así, como hasta ahora lo has hecho, como ir pintando un lienzo.
El mundo destruyéndose afuera y yo aquí, hablando de amor. Pensé que había construido una mejor forma, una más libre de amar; pero no, construí una más dolorosa. Porque fue peor darte la libertad para irte, para no llamar, para no escribirme, para no verme si en tu interior no nacía tal ose dichoso; fue peor darte la libertad de elegir... y que al final, no me eligieras. Porque tú bien sabes que cuando te decía "eres libre", murmuraba "escógeme, libremente".
Reitero en mi naturaleza; odio los compromisos obligados, los tratos pre-establecidos, las ataduras y las estructuras trazadas por la sociedad que me rodea. No soporto el hecho de la no espontaneidad, de la mecanicidad y la monotonía. Repudio las definiciones austeras porque me gusta erigir mi propio lenguaje, uno sin límites, sin convencionalidades. No había nada que hacerle, así soy, así somos, carezco de preámbulos y no habría podido conformarme con tomarte de la mano, sonreírnos y amarnos de esa forma que ya fue escrita.
Cómo sufrí al pensarlo esta mañana; pero yo he elegido libertad y amor en un conjunto utópico, y tú has elegido, ante mi propuesta, la sensatez de huir de esta mujer loca.
Atardecer y Flores
por: Violeta Carrasco Jiménez