lunes, 16 de junio de 2014

Un Mal Recuerdo (Inspirado en un Hecho Real)


Un Mal Recuerdo

(inspirado en un hecho real)

Escrito por:

Jehieli Nerii 

Patricia Quiroz

Omar Mozqueda

Luis David Pérez

Tita Ruiz 

Violeta Carrasco



Esperé a Ana Sofía a la salida de la escuela, ya eran las 2 de la tarde y yo estaba muy nervioso, hoy lo íbamos a volver a intentar. Ya había preparado todo, Guillermina no iba a estar en la casa, era uno de esos días en los que nunca llegaba por estar “trabajando”; teníamos tiempo suficiente.

Cuando Ana Sofía salió, me sonrió y corrió hacia a mí emocionada, cargué su mochila y caminamos juntos hacia mi departamento. En el camino íbamos callados, pero yo tenía una ligera taquicardia, secretamente el miedo me invadía. Sabía que ésta vez era la definitiva, si no lo hacía podía perderla.

Habíamos hablado de esto antes, ella siempre me pedía una explicación, pero sencillamente me avergonzaba contarle lo que me había sucedido. Es algo que nadie sabe, más que Guillermina, y ella nunca me creyó.

Al llegar a mi departamento yo estaba temblando, incluso tardé en abrir la puerta. Al darse cuenta de mi nerviosismo, Ana Sofía soltó una risita y me dijo que me tranquilizara, me tomó de la mano, entramos y fuimos a mi cuarto; se sentó en la orilla de la cama mientras yo ponía música. La última vez que lo intentamos puse una balada romántica, esta vez no sabía qué poner, no quería recordarle aquel incómodo momento.

Cuando volteé a verla ella ya se había desabotonado la camisa del uniforme, me acerqué y la deslicé hasta hacerla caer; comenzamos a besarnos mientras le desabrochaba el sostén. Decidí hacer una pausa para verla a los ojos, realmente la amaba y quería demostrárselo.  Me quité la camisa y ella empezó a besar mi cuello descendiendo hasta mi pecho, sus dedos recorrieron mi espalda y terminaron en mi cinturón, me lo quitó lentamente y bajó la bragueta de mi pantalón, yo sudaba frío, intentaba concentrarme pero los terribles recuerdos me invadían. Ana Sofía jalaba mi cabello con su mano izquierda, a su vez lamía mi oreja; de pronto sentí su otra mano en mi entrepierna, los recuerdos insistían... no pude más y la hice a un lado. Ella se levantó enfurecida, se vistió rápidamente y salió de la habitación, corrí tras ella, la sujeté del brazo y se me humedecieron los ojos. Nunca había visto tanta ira y decepción en su mirada. Le dije que lo sentía, que necesitaba tiempo, pero Ana Sofía me reprochó que nunca he podido darle explicaciones, comenzó a gritarme cosas hirientes e insinuó varias veces que yo era homosexual; me hinqué frente a ella y le pedí perdón. Ella salió del departamento y azotó la puerta. Quedé devastado, me encerré en mi cuarto, no podía parar de llorar y gritar, sentí ira y golpeé todo lo que estaba a mi alcance.

Debajo de mi cama había una botella de tonayán, recordé que la había comprado uno de los días en los que Guillermina me dejaba solo y los recuerdos empezaban a torturarme. Sentí asco de mí, de mi vida, me sentí solo y vacío, así que abrí la botella y comencé a beber.

Llegué a la conclusión de que todo lo que me estaba pasando era culpa de la puta de Guillermina; nunca supo ser una buena madre, ni una buena esposa, por su culpa mi papá nos abandonó... ¿y cómo no iba a hacerlo si la descubrió con el cerdo de su jefe? Nunca podré olvidar el rostro de ese degenerado, su espeluznante voz y menos sus asquerosas manos sobre mi cuerpo. Esos eran los recuerdos que martillaban mi mente, lo demás lo evadía, simplemente lo había bloqueado.

Lo cierto es que mi madre y su cerdo arruinaron mi vida. Justo en el peor momento escuché cómo la puerta de la entrada se abrió, era esa puta, había regresado de pasear a su perro. Me habló varias veces, pero decidí no contestar; empezó a golpear mi puerta, después de unos minutos le abrí y al verme ebrio se puso como loca, empezó a gritarme y a golpearme -su baja estatura sólo le permitía pegarme en el pecho- la apreté de los brazos fuertemente, al ver sus ojos se apoderó de mí una rabia sin igual; comenzamos a forcejear y la pelea nos llevó hacia la cocina, la cual estaba a sólo unos pasos de mi cuarto.

Ella me dijo que era un inútil, que la tratara con respeto ya que ella era mi madre. ¡No podía creer su cinismo!… ¡Enfurecí!, a mi alcance había un cuchillo, no dudé en tomarlo, su cara se tornó pálida, era blanca como la blusa aguada que traía, me dijo que lo soltara, que podía cometer una estupidez; me reí, ¡Cómo si ella hubiera manejado su vida y sobretodo su familia inteligentemente! Después comenzó a culpar a mi padre, no aguanté más y la empecé a apuñalar, cayó al piso y yo perdí el control, aun sabiendo que ya estaba muerta seguí apuñalándola.

Me senté junto a ella, sonreí, no sentí arrepentimiento, hace años deseaba verla así, ya había soñado con ver la luz desvaneciendo de sus ojos. El perro comenzó a lamer su sangre, también detestaba a ese animal, para Guillermina era más importante esa cosa peluda y apestosa que yo. Tocaron la puerta, empecé a sentir nervios, ¿qué iba a hacer ahora?, eso nunca lo había pensado. Abrí, era la chismosa de la vecina, preguntó si todo estaba bien, notó las manchas de sangre en mi playera y se escandalizó. Le dije que me había peleado con el perro porque de pronto se había puesto agresivo. Ella simplemente se fue.

Minutos después llegó la policía.



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