lunes, 19 de mayo de 2014

La Verdadera Historia de Rapunzel

Rapunzel

por

Los Hermanos Grimm




Había una vez un hombre y su mujer que habían deseado durante mucho tiempo tener un hijo, y al fin tuvieron razón para suponer que el cielo había oído sus deseos. Tenían una pequeña ventana en la parte trasera de su casa que permitía la vista de un hermoso jardín lleno de bellas flores y arbustos. Este jardín, sin embargo, estaba rodeado por un muro alto y nadie se atrevía a entrar en él a causa de que pertenecía a una poderosa bruja que infundía miedo a todo el mundo,


Un día, la mujer, que estaba cerca de la ventana, mirando hacia el jardín, vio un sembradío de hermoso rapónchigo. Tenía un aspecto tan fresco y verde que tuvo muchas ganas de comer algo. Este deseo fue creciendo cada día y como sabía que nunca podría ser satisfecho, empezó a palidecer y consumirse. Su esposo estaba alarmado y le dio:


-¿Qué te aflige, esposa querida?


-¡Ay! -contestó ella-, si no puedo comer un poco de rapónchigo del jardín de atrás me moriré.


Su esposo, que la quería, pensó:


-Antes de dejar morir a mi mujer tengo que conseguir algo de ese rapónchigo, cueste lo que cueste.


Así, cuando oscureció, saltó la pared del jardín de la bruja y cogió rápidamente un puñado de rapónchigo y se lo llevó a su mujer. Ella inmediatamente lo aderezó y comió con apetito. Era tan bueno que al día siguiente su antojo aumentó. Y no paró hasta que su esposo fue a buscar más. Así que, al anochecer, volvió al jardín, pero al saltar la barda se aterrorizó al encontrarse a la bruja frente a él.


-¿Cómo te atreves a entrar en mi jardín como un ladrón y robarme mi rapónchigo? -dijo ella mirándolo con enojo?-. ¡El mal caerá sobre ti!


-¡Ay! -contestó él- . sé compasiva conmigo, estoy aquí por necesidad. Mi esposa ve el rapónchigo desde la ventana y tiene tal deseo de él que se morirá si no le puedo llevar algo.


El enfado de la bruja desapareció, y le dijo:


-Si es como me dices te permitiré que te lleves todo el rapónchigo que quieras, pero con una condición. Tienes que darme al hijo que tu mujer está a punto de traer al mundo. Lo cuidaré como una madre y no le pasará nada malo.


En medio de su temor, el hombre consintió en todo y cuando la niña nació, la bruja apareció, le puso el nombre de Rapunzel (rapónchigo) y se la llevó.


Rapunzel era la niña más hermosa que hubiese en toda la Tierra. Cuando tenía doce años, la bruja la encerró en una torre en medio de un bosque. Esta torre no tenía ni puerta ni escaleras, sólo una pequeña ventana en lo alto del muro. Cuando la bruja quería entrar gritaba desde abajo:


-Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabello.


Rapunzel tenía espléndidos cabellos largos, tan finos como hilos de oro. Tan pronto como oía la voz de la bruja, desenrollaba su trenza y la dejaba caer por la ventana. La altura era de unas veinte brazas y la bruja subía por ella.


Sucedió que unos cuantos años después el hijo del rey cabalgaba por el bosque y se acercó a la torre. Desde allí oyó una canción tan hermosa que se detuvo a escuchar. Era Rapunzel, quien, en su soledad, pasaba el tiempo haciendo resonar su dulce voz. El hijo del rey quiso ir a ver a la que cantaba, pero cuando buscó la puerta de la torre no la encontró por ninguna parte.


Regresó a su casa, pero la canción le había llegado al corazón y cada día iba al bosque a oírla. Una vez hallándose escondido detrás de un árbol, vio a una bruja que llegó a la torre y gritó:


-Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabello.


Entonces Rapunzel dejó caer su trenza y la bruja subió por ella.


-Si esa es la escalera por la que se sube -pensó- probaré también mi suerte.


Y al día siguiente, cuando empezó a oscurecer, fue a la torre y gritó:


-Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabello.


El cabello calló de inmediato y el hijo del rey subió por él.


Al principio Rapunzel estaba horrorizada pues sus ojos nunca habían visto a un hombre; pero el hijo del rey le habló tan gentilmente y le dijo que su corazón estaba tan conmovido por su canto, que recuperaría el sosiego, hasta que la viese. Entonces, Rapunzel perdió el miedo y cuando él le dijo que si lo querría por esposo y ella vio que él era joven y apuesto, pensó: "Me querrá más que la vieja madre Gotel." Así que le dijo: 


-Sí. -Y dejó caer sus manos entre las suyas. Ella le dijo:


-Me iré gustosa contigo, pero no sé cómo salir de esta torre. Cuando vengas trae cada vez una madeja de seda y yo la trenzaré y cuando sea lo bastante larga bajaré y tú me llevarás contigo en tu caballo.


Le dijo además que tendría que verla al atardecer pues la bruja venía durante el día. La bruja no descubrió nada hasta que una vez Rapunzel le dijo:


-Dime Madre Gotel, ¿cómo puede ser que tú seas mucho más pesada al subir que el joven príncipe que no debe tardar?


-¡Oh!, niña malvada, ¿qué estás diciendo? Yo pensaba que te había separado de todo el mundo y tú me has engañado.


En su rabia agarró el cabello de Rapunzel, lo torció dos veces sobre su mano izquierda y cogiendo unas tijeras cortó su trenza. Fue tan despiadada que se llevó a Rapunzel a un desierto y la obligó a vivir en medio de penalidades y miseria. 


Por la tarde de ese día en que Rapunzel se vio condenada al destierro, la bruja cogió la trenza y la colocó en un gancho de la ventana y cuando el príncipe vino dijo:


-Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabello. 


Ella dejó ir la trenza. El príncipe trepó, pero no encontró a su amada Rapunzel sino a la bruja que lo miraba con ojos malvados, llenos de furia.


-¡Ah! -dijo ella burlándose-, has venido a buscar a tu amor, pero el hermoso pajarito ya no está en su nido; y ya no puede cantar más, pues el gato la ha agarrado y te va a sacar los ojos a ti también. Rapunzel está perdida para ti; nunca la volverás a ver.


El príncipe estaba fuera de sí, en medio de su pena y en su desesperación se echó por la ventana. No se mató, pero le sacaron los ojos las espinas entre las que cayó. Vagó ciego por el bosque y no tenía sino raíces y bayas para comer. No hacía otra cosa que suspirar y lamentarse por la pérdida de su querida esposa Rapunzel. De este modo anduvo durante años hasta que llegó al desierto, donde Rapunzel había estado viviendo muy pobremente, con los mellizos que había tenido: un niño y una niña. 


Un día, de pronto, el príncipe oyó una voz conocida y se dirigió hacia ella. Rapunzel lo conoció en seguida y lo abrazó llorando. Dos de sus lágrimas cayeron en sus ojos y estos se aclararon inmediatamente y pudo volver a ver igual que antes. 


Él la llevó a su reino, donde fue recibido con alegría y vivieron muchos años felices.



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