viernes, 12 de diciembre de 2014

Bellamente Sola

Saber que te sigo pintando, soñando, extraviando, escribiendo. Negar que te sigo amando, esperando, añorando, buscando, ansiando en la tiza negra, en el pincel, en las hojas rotas, en la viruta, en el barro, en mis acuarelas. Estás todavía en mis gises, en el acrílico de la pared retocada, en el café de los pergaminos, en los sellos caseros, en el bastidor herido y en los libros apilados. Estás. Después de los años... estás.

¿No te has cansado ya? Tu vida está en las comisuras de mis diarios, en el desdén de mis vestidos, entre marcos que no colgué nunca, en mis labios muertos, arrebatados. Me hallaste con grietas; soy vacío, soy soledad, desasosiego e impertinencia. ¿Sentiste miedo? me encontraste con los mismos ojos oscuros de ojeras malvas, con el cuerpo cortado y maldito, la cintura tiesa, la lengua magullada; sin sentido, desconsolada, sin saber a qué atenerme, caminando sola en una calle concurrida. Me abrazaste como queriendo componerme y me rompiste. 

Después de unos segundos me soltaste, clavé mi mirada en tu gabán verde seco, desaliñado. Y tú viste directo a mis ojos.   

-Ya no eres una niña. 

-No, han transcurrido casi siete años. Creí que te ibas a pasar de largo, que no me reconocerías.

-¿Qué edad tienes ya?

-Veinte.

-¿Aún vives aquí?

-Depende del día. Hoy sí, es sábado. ¿Tú aún vives aquí?

-Sí, pero ahora vivo solo. Violeta...

-Dime.

Enmudeciste, me rodeaste con tus brazos y yo permanecí rígida. Tu olor, aquel a rosa triturada, leña quemada, a noviembre, a frío, a nuestro beso de despedida. Sigues siendo el mismo y el tiempo a mí me ha ido deshaciendo, descociendo, enloquecido, trasnochado, sumergido en una soledad sin salida. Se me ha ido el color de las mejillas, de cuando era niña, ilusa, ingenua, de cuando creía en ti y en tus apariciones espontáneas. Tú aún conservas esa piel de arena, esas manos lisas, esa aura de luna amarilla. Me dijiste adiós, como todas las veces.

Y en esa calle concurrida quedé aún más sola; no solitaria, como tú en nuestra primera noche, cuando te conocí -en aquel edificio- tan confundido, irritado, necesitado, despojado, olvidado, taciturno. Quede sola, como el invierno pasado, congelándome con el frío que produce mi propio cuerpo; sola, silenciosamente sola, oscuramente, deliciosamente, pesadamente, perturbadoramente, incurablemente...  bellamente, sola. 

Ilustración de 
Dilkabear

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