lunes, 5 de marzo de 2012

Mosca

Una vez más estás aquí, frente a mí; como siempre, desde el principio. Estamos juntos desde hace tanto que ya debería estar acostumbrado a tu zumbido errante y volátil. Pero el caso es que aún me pongo tenso al sentirte merodeándome. Sé que mes estás mirando, me criticas, ¿por qué no hago nada? Y yo me pregunto lo mismo: ¿Acaso no tienes otra cosa mejor que hacer? Podrías largarte, volar hacia aquella inmundicia que constituye tu hábitat y dejar mi zalea y mis nervios en paz. Pero no, sigues invadiendo mi sitio. Casi te fundes con mi atmósfera, con mis sentidos. Casi el único objetivo de mi vista, casi la razón de mi filosofía. Tú eres la pregunta que me hago cuando me siento solo. Tú la ansiedad del sacrificio, el calor que derrite mis instintos. Casi la continuidad inmensa de lo que un cuerpo como el mio no puede hacer... y no eres más que una mosca. Demasiado negra para iluminar la ruta, demasiado pedante en tu inconsciencia para reprocharte nada de la privacidad violada. Demasiado indiferente y llena de desprecio por el bulto grotesco que te ve desde este agujero, inútil en su pozo acojinado y en lo que te dice.

A través del tiempo he sudado tanta amargura que ya debías haber muerto envenenada. Mas resulta que no, que te nutres de mi excedente tóxico. Eres depositaria y recicladora de mis propios venenos. Eres parte de la red que me forjé para maniatarme. Eres una de aquellas partes extripables de las que nunca nadie se quiere deshacer; como un riñón, como la hiel, como el prepucio. Finalmente, desde afuera, eres los mil ojos que me hacen insignificante, nada. Mil humanos patéticos compadesiéndose de ellos mismos al ver sus reflejos convexos en los ojos de una mosca.

Manoseas y ensucias el bocado chatarra que miente al estómago de este hombre. Tu regocijo cínico hace sonar el zumbido de tus alas como una irreverente y sarcástica carcajada. Sigues volando y la bruma se desgarra a tu paso; atenta, quizá burlona. Tejes una invisible mortaja a lo largo de mi cuerpo.

A fuerza de mirarte durante horas he acabado por aceptarte como un apéndice más, como un miembro, como un ojo periscópico para ver más allá de mis límites. Casi siento surgir de mí ese batir de alas que adormecen,que hipnotizan. Que me hacen sentir lástima y desprecio por ese cuerpo que se pudre en su hastío tirado de manera grotesca sobre un colchón caliente. Ahora soy visión total y el acecho al que se han sometido estos dos animales se va trocando en un reto existencial. Con una exaltación morbosa doy vueltas y más vueltas alrededor del guiñapo tendido y acabo por comprender que...

¡Espera! ¿A quién estoy regañando? ¿Quién se supone que soy? Veo que toda esa habitación oscila entre dos imágenes que se retan, que llevan el desprecio hasta el punto dejar, una de ellas, puntos de mierda en el rostro de la otra.

Soy un despojo que se mueve de manera mecánica, un ojo vidrioso fijo sin razón en un insecto negro; un movimiento sin motivo, sin pensar. Pero que vuela sobre un muerto.

El calor que exhala sube y enturbia el aire formando una capa densa que se acumula en mis alas y me impide volar bien. El calor ectoplásmico que escapa como vapor de ese cadáver fétido. ¡Qué asco! Mejor saldré volando por la ventana y dejaré a ese desperdicio humano pudriéndose encerrado en un cuarto opaco, en un pozo acojinado que quien construyó olvidó poner escaleras. Me iré y durante todas las horas que me quedan de vida, nunca más me acercaré a un hombre. Que se mueran todos y mientras, mis compañeras y yo nos comeremos sus despojos.


Alejandro Ipatzi



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