viernes, 29 de noviembre de 2013
domingo, 24 de noviembre de 2013
sábado, 23 de noviembre de 2013
P.D Te Odio
De pronto, de la nada, en un día de sol engorroso, apareciste tú con un "hola". No cualquier hola ¡maldita sea!; fue uno de esos con signos de admiración y alegría falsa, de esos que me dejan helada por el resto del día; entre confusión, entre ira, olvidando la existencia de algo más en el mundo. Te odio.
Todo el día pensé sin pensar en nada, viendo el mensaje palpitando en el monitor; posiblemente con tu sonrisa escondida en el fondo, esa sonrisa mala con la intención de herirme, y con tu indiferencia escrita en el punto final. Esto era de esperarse, sabía que iba a dolerme... pero no sé en qué momento empezó a hacerlo. Hubiera preferido cien mil veces que te quedaras, en vez de quedarse la inspiración; me matas porque te dejo matarme, ¡me odio al dejarte hacerlo!, te odio porque ignoras que lo haces.
Sigo sentada en el sofá, muriendo bajo la lluvia, escuchando Apocalyptica con escalofríos intensos; lamentándome la ironía del amor, llorando porque no sé hacer otra cosa, porque no me dejas muchas opciones mas que llanto y un cigarrillo. De pronto se me quitaron las ganas de dormir; la luz del taburete es mi luna y tú eres mi insomnio, hecho de quién sabe qué, capaz de sumergirme en un miedo tan denso como la lluvia misma.
Contigo, sin ti, ¡no importa! a cada rato haces arder mi corazón; tú y yo tenemos algo en común por si no lo has notado, a ambos nos encanta hacerme sufrir. Ya no sé qué hacer contigo; eres mi dolor de cabeza, mi dolor de estómago (lo escribo con el corazón al borde de un estallido), eres la grieta en mi destino, la premonición inconclusa desde hace meses; eres, por lo tanto, mis ataques incontenibles de risa cuando ya no sé que sentir al respecto, eres mi "una semana más, por favor, para procesar lo ocurrido". Eres, esa es la cuestión, porque si no fueras no te vería al cerrar los ojos, no alucinaría, no me sentiría demente, no pensaría en nuestros atardeceres pendientes, ni en las pasadas lunas llenas.
Pero me he dado cuenta de cuál es el problema. Las cosas serían más fáciles si tú y yo no fuéramos artistas; ni tú te esforzarías en querer matarme, ni yo me esforzaría en querer morir. Porque los artistas son crueles, crueles a sobremanera, y lo que odio, más que ninguna otra cosa, es que entre todos te siga prefiriendo a ti. Me importas, he ahí un problema más. Pero el mayor de todos es mi odio hacia ti; te odio por cuánto me gustas, te odio porque la solución sería que dejaras de hablarme, te odio porque te quiero querer, te odio porque eres libre de elegir y no me has elegido, te odio porque existes y te odio, con el dolor que mi alma permite, porque no te tengo... no te tengo.
Todo el día pensé sin pensar en nada, viendo el mensaje palpitando en el monitor; posiblemente con tu sonrisa escondida en el fondo, esa sonrisa mala con la intención de herirme, y con tu indiferencia escrita en el punto final. Esto era de esperarse, sabía que iba a dolerme... pero no sé en qué momento empezó a hacerlo. Hubiera preferido cien mil veces que te quedaras, en vez de quedarse la inspiración; me matas porque te dejo matarme, ¡me odio al dejarte hacerlo!, te odio porque ignoras que lo haces.
Sigo sentada en el sofá, muriendo bajo la lluvia, escuchando Apocalyptica con escalofríos intensos; lamentándome la ironía del amor, llorando porque no sé hacer otra cosa, porque no me dejas muchas opciones mas que llanto y un cigarrillo. De pronto se me quitaron las ganas de dormir; la luz del taburete es mi luna y tú eres mi insomnio, hecho de quién sabe qué, capaz de sumergirme en un miedo tan denso como la lluvia misma.
Contigo, sin ti, ¡no importa! a cada rato haces arder mi corazón; tú y yo tenemos algo en común por si no lo has notado, a ambos nos encanta hacerme sufrir. Ya no sé qué hacer contigo; eres mi dolor de cabeza, mi dolor de estómago (lo escribo con el corazón al borde de un estallido), eres la grieta en mi destino, la premonición inconclusa desde hace meses; eres, por lo tanto, mis ataques incontenibles de risa cuando ya no sé que sentir al respecto, eres mi "una semana más, por favor, para procesar lo ocurrido". Eres, esa es la cuestión, porque si no fueras no te vería al cerrar los ojos, no alucinaría, no me sentiría demente, no pensaría en nuestros atardeceres pendientes, ni en las pasadas lunas llenas.
Pero me he dado cuenta de cuál es el problema. Las cosas serían más fáciles si tú y yo no fuéramos artistas; ni tú te esforzarías en querer matarme, ni yo me esforzaría en querer morir. Porque los artistas son crueles, crueles a sobremanera, y lo que odio, más que ninguna otra cosa, es que entre todos te siga prefiriendo a ti. Me importas, he ahí un problema más. Pero el mayor de todos es mi odio hacia ti; te odio por cuánto me gustas, te odio porque la solución sería que dejaras de hablarme, te odio porque te quiero querer, te odio porque eres libre de elegir y no me has elegido, te odio porque existes y te odio, con el dolor que mi alma permite, porque no te tengo... no te tengo.
Fotografía por
Violeta Risueño.
lunes, 18 de noviembre de 2013
Las Historias de Lluvia, Nieve y Fuego
(Consejo: el cuento se disfruta más si escuchan esta canción mientras lo leen.)
Érase una vez Lluvia, caminando con los ojos al piso, entre las calles azoradas por la noche, buscando hallar su camino a casa. Pateó tres rocas y una lata vacía, con el paso lento y la mirada aún clavada en el gris monótono del concreto; frotaba sus brazos ante cada ráfaga del viento de noviembre. Las luces de las casas vecinas fuéronse prendiendo de una en una, contrastando con el azul rey del cielo. Lluvia, medio congelada, se retrancó en un árbol rezumando de tristeza. Comenzó a llover.
-No porque me moje con lluvia dejaré de quererte... -Y se sentó bajo el árbol torcido de pocas hojas. -Le soy fiel al sentimiento que olvidaste, así se me empape el alma.
Fijó la mirada en el movimiento descontrolado de las hojas doradas, era el árbol más viejo de la ciudad, con dos huecos profundos en el centro cuales ojos y con las ramas verdes. Habían dos iniciales talladas en él; Lluvia les pasó la yema del dedo encima, se encogió de hombros ante una ráfaga más y echándole un vistazo a ambos huecos oscuros, pronunció:
-No porque los árboles hayan dejado de beber de nuestro aliento, las madrugadas de noviembre se cansarán de extrañarte, así me entumezca el frío.
Nieve, en algún lugar de esa ciudad de luces amarillas, amaba a Fuego. Paseaban guiados por la luz de luna, omitiendo la calle del árbol donde todo marchita, hasta los recuerdos. Se sentaron una vez en el parque y Nieve arrancó una flor para Fuego. Fuego la hizo cenizas como suele consumirlo todo; pero Nieve estaba ciego de amor, porque después de aburrirle los árboles y los labios rosas de Lluvia, se maravillaba ante la presencia maligna de los poderes de Fuego.
-Te querré a pesar de que palpites sobre el pasto, Nieve... - Y de pronto la lluvia se volvió aguacero, forzándola a juntar su cuerpo con el tronco seco del árbol. -Te querré por tu aroma a leña quemada y por tu tacto como el de un rayo.
A Nieve le gustaban los ojos de Lluvia y los veía siempre en sus sueños, al lado de rosas blancas de vez en cuando salpicadas con el rocío tibio de sus lágrimas. Nieve tenía el cabello marrón y rizado, y Lluvia, negro, como la muerte.
-Te querré cuando vuelva a mí el olor a café que expide tu cabello al viento. -Y entonces lluvia sintió un abrazo, perforándole el interior con un calor desconocido. Abrazó de vuelta al árbol y se confundió su llanto con el retumbar de las gotas en los techos de las casas, en los columpios para niños y en su alma, que ya iba ahogándose.
Nieve nunca besó a Fuego como a Lluvia, rozando su mejilla durante un segundo eterno. Y Fuego estremecía porque sabía que Nieve aún la recordaba, se le había escapado su nombre una tarde que dormía, porque Lluvia también pensaba en él, pensaba en las veces que la dejó recostarse en su hombro e interpretar sus latidos. Fuego no podía hacer latir a su corazón tan vivamente como lo hizo Lluvia, cuando apretó su mano.
Lluvia siguió llorando, con inmensa zozobra, porque la boca de fiebre de Nieve y su rayo, su leña quemada y su café ya no volverían.
-¡Nieve mía, Nieve...! -repetía Lluvia ya de rodillas, con lodo hasta en las entrañas y un dolor más fuerte que el viento y el agua que la golpeaban. Lluvia se derrumbó a la medida que derrumbábase el cielo; mientras Nieve y Fuego, en algún lugar escondido de esa ciudad de luces amarillas, no pensaban en nada, con un abrazo se libraron del frío. Se les pasaba noviembre; Nieve acariciando el rostro de Fuego así se quemara y Fuego riendo para sí misma de Lluvia porque ya había cesado el rostro frío que ella amaba, había terminado de consumir su leña, había calcinado su tacto de rayo, evaporado el café, amortiguado su pena y enloquecido su fiebre.
Y Lluvia lloraba porque sabía de Fuego y que nada podía hacer, porque se le escurría entre los dedos a Nieve y empañaba su vista. Nieve ya no la quería más y Lluvia lo querría para siempre. El aguacero pasó como se le había pasado la vida y se halló sola junto a un árbol tieso y deshojado, con los ojos empapados de sal y ceniza. Se sacudió las rodillas y la plata lunar empezó a abrirse paso por las nubes. Apretó su bufanda hasta sentir que se asfixiaba y en un murmullo dijo:
-Sufro, sufro porque me dijiste que yo era demasiado triste...
La sombra del árbol se empató con la sombra de Lluvia, ella soltó su bufanda roja y caminó sin rumbo, sin intención alguna de dirigirse a casa porque le pesaba la ropa y estaría más sola allá que en el callejón donde todo marchita, hasta las angustias.
-Nieve... se nos acaba noviembre. El césped ya se ha sacudido tu hielo y las aves no repiten tu voz. Sin embargo esos ojos amarillos y crueles iluminan la avenida, burlándose de la lóbrega ausencia de mí; porque sin ti no soy.
Entonces Lluvia renunció a su insomnio con velas y regresó para quedarse al lado del árbol muerto y pensar en Nieve. Pobre Nieve, sin tan sólo supiera cuánto embellecía con la lluvia, las cosas embellecen cuando llueve. En cambio el fuego lo destruye todo. Al amanecer, Lluvia lo supo, y se acabaron la ceniza y la sal en sus ojos, la única hoja dorada del árbol brilló bajo el sol, la bufanda roja no le asfixiaba ni le pesaban sus ropas. Ella sabía, que al final de todo, la lluvia apaga al fuego.
(Ilustración de Santiago Caruso)
domingo, 17 de noviembre de 2013
domingo, 10 de noviembre de 2013
Encantados
Me encanta que te encante la música que me encanta, tanto como me encantan tus ojos y que te encante verme. Me encanta tu sonrisa y tu acento poblano, me encantan las horas juntas cuando te encanta mi compañía.
Me encanta que guardes secretos y que te encante saber de los míos casi más de lo que a ti te encanta mi repudio por el refresco. Me encanta que me cuentes historias y a ti te encanta que las escuche; nos encantamos, niño, como se encantan el rocío y la flor.
...También me encantan tus pinturas que te encanta que me encanten; me encantas tú, de arriba a abajo, de abajo hacia arriba. Sencillamente me encanta que me encantes.
Me encanta que guardes secretos y que te encante saber de los míos casi más de lo que a ti te encanta mi repudio por el refresco. Me encanta que me cuentes historias y a ti te encanta que las escuche; nos encantamos, niño, como se encantan el rocío y la flor.
...También me encantan tus pinturas que te encanta que me encanten; me encantas tú, de arriba a abajo, de abajo hacia arriba. Sencillamente me encanta que me encantes.
sábado, 9 de noviembre de 2013
Bello
Él es lo más bello que he visto; más bello que un paisaje, más bello que la luna. En sus ojos encuentro estrellas, en su piel arena, en sus caricias brisa... en sus labios rosas.
domingo, 3 de noviembre de 2013
Disculpas
Antes de que digas nada o cualquier otra cosa quisiera pedirte perdón.
Perdón por ser la clase de chica que camina mirando al piso... o al cielo. Perdón por ser la clase de chica que patea las hojas de otoño y huele flores. Te pido perdón por mi molesto amor a la historia y pasión al arte. Perdón por ser la clase de chica que detesta los centros comerciales e ir de compras.
Lamento tener una opinión para todo y una teoría para muchas cosas. Quisiera pedirte perdón por vivir en sueños, por leer tantos libros, por no poder evitar ver la arquitectura en las calles y las fotografías en los muros. Perdóname por ser silencio y por hablar demasiado. Perdóname por guardar tus fotos y por soñar contigo... ¡no controlo lo que sueño!... ¡no puedo!... no puedo.
Siento mucho, de verdad, que me perturben mis pensamientos, que me persigan mis demonios y que no deje de aprender del pasado. Te pido disculpas por mi voz, pero es que así hablo, me salen las palabras y los modos de no sé dónde, ¡de las entrañas!, ¡del ombligo si quieres!... ¡caray!, no te parece nada. Perdóname por escribirte poemas y hacerte dibujos. Sé que no lo hago bien, pero me inspirabas a hacerlo.
Disculpa mi interés por ti, por cómo fue tu mañana, por tus preocupaciones y por tus alegrías. Discúlpame, por favor, por cuando he sido lluvia, por tener el cabello demasiado oscuro, ojos grandes y observarlo todo, por hablarte de música y pedirte consejos. Me apena, como no te imaginas, haber sido contigo yo misma y haberte prestado mi tiempo.
Perdón por ser la clase de chica sincera, la que viste de negro, a la que le gustan sus clases y no duerme por hacer sus tareas. Perdón por ser la clase de chica que no se arregla lo suficiente, odia amarrarse el cabello, se pinta los labios de rojos, de rosas, de naranjas, de cafés. Perdón por ser la clase de chica que se arriesga, que enfrenta sus miedos, que disfruta... disfruta hasta de sus tristezas.
Siento mucho haberte aburrido con mis pláticas sobre estrellas, sobre hadas, sobre filosofía. Siento mucho haberte aburrido con mi gusto por el teatro, por los museos, por lugares antiguos y por los cuadros; pero ¡¿qué podía hacer?! Siento mucho no haber estado a la altura de tus temas.
Me disculpo una y mil veces por narrarte mis pesadillas, por compartir mis temores, por elogiarte, por verte a los ojos, por tomar contigo café y pasear en la tarde. Discúlpame por las risas, por permitirme rarezas y ridiculeces, por rozar tu mano y confundir tu cuerpo con fantasía.
Y por encima de todas las cosas te pido perdón por desear un abrazo, eso, un abrazo, ni más ni menos, sólo un abrazo de despedida. Perdón por llorar ahora, pero la culpa es mía desde que dije "hola".
Como sigo sin entender que habré hecho para arruinarlo, te pido disculpas por todo cuanto me pudiese faltar y quieras perdonarme o no, eso no te da derecho ¡¿me oyes?!, no te da derecho a traer colgando mi corazón en tu suela, a rascarme como se rasca una costra, ni a mofarte de mis sentimientos. No te da derecho a prometerme cosas ni a plantarme anhelos, ni a decirme princesa. ¿No puedes ser más cruel conmigo? sé que son menos mis habilidades que mis defectos; así que perdón, por última vez, por dejarte conocerme y querer conocerte, por vivir en una realidad distinta a la tuya, llena de mis tonterías y lejos de tus ambiciones. Perdóname por pensar en curar tus soledades, por quedarme a costa de mis impulsos y por quererte, poquito y bien, como nadie, ¡nadie! podría hacerlo.
sábado, 2 de noviembre de 2013
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