miércoles, 10 de abril de 2013

Los Habitantes de la Montaña de Cristal

Mi mejor amigo me sorprendió con esta historia, me enamoré de ella y quiero compartirla contigo. 

Sugerencia: Si la lees de noche y con la ventana abierta, siete sombras descenderán en tu regazo y serás abrazado por sus alas de tiniebla, oliendo los restos de sangre nauseabunda. Y si la lees antes de dormir... tu sueño próximo se llamará Virginia.

Sin más, he aquí:

Los Habitantes de la Montaña de Cristal
Edward Towers Kelevra


Érase una vez un hombre, que tenía siete hijos y deseaba enormemente una niña en su hogar.

Intentando por mucho tiempo, logró al fin su cometido, había nacido Virginia. Era preciosa, tenía el cabello negro, ojos grandes y una piel muy blanca. Y por supuesto, tenía ese lunar en la punta de la oreja derecha, que caracterizaba a la familia desde muchas generaciones atrás.

La alegría de los padre fue enorme, pero la niñita era tan pequeña y delicada que parecía que iba a morir muy pronto.

Los padres se apresuraron y decidieron que debía de ser bautizada, y por su extrema debilidad debería ser en casa.

El padre envió a sus hijos a buscar agua a un lago cercano, pero en el viaje rompieron la jarra de barro, cayó al suelo, hecha trizas y sólo pensaban en su hermana.


Ninguno de los hermanos se atrevía a regresar, ninguno de ellos sabía que hacer, estaba en sus manos si la hermana iría al infierno o no.

Viendo que no volvían, su padre comenzó a enojarse y a ponerse impaciente, y se preguntó:

-¿Acaso esos idiotas se pusieron a jugar? ¿No ven el peligro que esta corriendo su hermana?

La niña parecía casi sin vida, y el hombre tenía mucha ansiedad, el tan solo pensar en la muerte de Virginia era devastador, pero que muera sin bautismo era imperdonable. Muy enojado grito:

-¡Ojalá esos malditos niños se volvieran cuervos!

Apenas había pronunciado estas palabras, cuando oyó a una parvada de cuervos sobre la casa y, mirando hacia arriba vio siete enormes cuervos negros, como los restos de la leña quemada, que volaban alrededor de la casa, como si asecharan a la presa.

Después de unas horas, los siete peculiares cuervos se marcharon, para jamás volver.

Los pobres padres no pudieron borrar la maldición y estuvieron tristes durante mucho tiempo, por una gran perdida.

La encantadora Virginia se esmeraba mucho en alegrar a sus padres, cada día crecía más fuerte, más linda y más bondadosa. Si bien ella sabía que sus padres no eran felices, ni se le venía a la mente la verdadera naturaleza del problema.

Ella nunca supo que alguna vez tuvo hermanos, sus padres tuvieron mucho cuidado de no nombrarlos delante de ella.

Sin embargo, cierto día en la aldea, oyó a unas personas que decían, refiriéndose a ella:

-Ciertamente la niña es hermosa y encantadora; pero la verdad es que ella es la culpable de la desgracia de sus hermanos, de esa terrible maldición.

La pequeña, muy desconcertada, enfrento a sus padres para que le contarán la verdad. Ellos accedieron y le dijeron todo.

Hecha un mar de lágrimas, decidió aventurase y liberar a sus hermanos de la terrible maldición. Esa noche huyo de casa, llevándose consigo solamente; el anillo de bodas de su madre, una hogaza de pan, una jarra de agua, una manta para no pasar frío y un cuchillo, uno nunca se sabe cuando se necesitará.

Con gran entusiasmo se dirigió a los confines del mundo, sin embargo no lograba encontrarlos. Así qué decidió dirigirse al sol, pero éste era terriblemente caluroso y molesto, él no quería decir nada. Él simplemente, devoraba niños.

Muy asustada se dirigió a la luna, pero ella era muy fría, y no respondía claramente, tal vez era solamente desconfiada.

Sin obtener nada se marchó apresuradamente a la oscuridad de la noche, y le preguntó a las buenas y amables estrellas si no sabía del paradero de sus hermanos.

La estrella de la mañana se levantó y dándole un hueso bastante extraño le dijo:

-Los que buscas se encuentran en la montaña de cristal, pero sólo con este hueso, podrás abrir las puertas de la montaña.

Virginia tomó el hueso la envolvió en su manta azul, y se dirijo lo más rápido que pudo a la montaña. Justo antes de llegar, un lobo la intercepto y le arrebató su manta, los lobos también tienen frío. Ella solo corrió despavorida a la montaña, olvidando por completo, que en la manta traía el hueso.

-¡Por fin!

Exclamo la pobre Virginia.

Exhausta, había llegado a su destino. Se acercó cuidadosamente a las enormes puertas del maravilloso recinto.

De pronto se dio cuenta que no tenía el regalo de la estrella :

-¡Demonios! ¡¿Cómo pude olvidarlo?!

Dijo muy enojada.

Pronto se le ocurrió algo, saco el cuchillo que traía, vio fijamente la hoja y se cortó el meñique hasta dejarlo tan delgado y fino, que pudiera atravesar el agujero de la cerradura y así abrir la puerta.

Una vez dentro, se encontró con un gnomo, bastante gruñón, por cierto. Que al verla le dijo:

-¡¿Qué hace usted aquí señorita?!

-Busco a los siete cuervos, necesito verlos.- respondió ella.

El gnomo replicó:

-Mis amos los cuervos no se encuentran en casa, pero si quieres esperar hasta que vuelvan, esta bien.

Mientras tanto, el gnomo preparó la cena para sus amos los cuervos, siete omelettes de duende en siete platitos, con siete copitas de sangre de niño fresco.

La hermana, muerta de hambre y sed, decidió comer y tomar un poco de cada uno de los siete platos y copas que estaban en aquel comedor, ella pensaba que no de darían cuenta de nada. Un poco atolondrada por la peculiar bebida arrojó sin darse cuenta el anillo de su madre en la última copa, para después caer al piso como un costal de legumbres.

De pronto se oyeron chillidos y aleteos por los aires; azotaron fuertemente las puertas de la entrada y se posaron rápidamente en el comedor, estaban muy hambrientos.

Pero uno de ellos se percató de algo muy inusual, a su omelette le hacía falta un pedazo. ¡Tenía una maldita mordida! Y ya le habían dado un sorbo a su elixir.

El Cuervo grito:

-¡Joaquín! ¡Ven inmediatamente!

El gnomo muy apresurado y consternado pregunto:

-¿Qué le ocurre mi amo? ¿Todo esta bien?

-No Joaquín, no está bien. Alguien ha comido y bebido de nuestros alimentos. ¿Cómo es posible? ¿Dejaste entrar a un intruso?- el Cuervo cuestiono.

El gnomo sin más remedio delato a la niña y le mostró su ubicación a los cuervos.

-Muy bien Joaquín, por lo menos enmendaste tu error, con carne fresca.- Dijo el Cuervo.

Virginia se levantó y vio siete cuervos alrededor de ella, ellos mantenían su mirada fija, como si estuvieran esperando algo.

Rápidamente el Cuervo más grande pronuncio lo siguiente:

-La carne de las niñas es mejor, más digerible y suave. No podemos dejarla ir. ¡En el cuello sale mejor la sangre! ¡Vamos por ella!

A continuación Virginia es atacada por siete cuervos hambrientos, llenos de oscuridad y maldad.

Destrozándole la cara, sacándole los ojos, comiéndosela viva, arrancándole cada uno de sus dedos y bebiendo su sangre...

Una vez terminado el festín decidieron seguir la fiesta, cada uno de los cuervos tomo su copa, del comedor y con su famoso elixir aún en ellas, el Cuervo mayor dijo:

-Hermanos muchas gracias por acompañarme un día más, espero que esta fiesta inesperada nos una aún más, para completar nuestra tarea principal: ¡Encontrar a nuestra pequeña y amada hermana!

Ella es la única que nos puede salvar de esta maldición.

Dando un gran sorbo a la bebida espirituosa, uno de los cuervos se percató de algo anormal en su bebida. ¡Era el anillo de su madre!

-¡¿Qué es lo que acabamos de hacer?!

Les grito a los demás cuervos.

Todos corrieron a ver los restos de aquella "¿Extraña?" Mujer.

Entre lo que quedaba de Virginia encontraron su oreja derecha, que por supuesto, tenía el peculiar lunar en su punta.

Se dice que aquello que cometieron los Cuervos fue tan grave, que hizo que se derrumbara la montaña de cristal, y que solamente la existencia actual de Virginia es capas de romper la maldición, salvar la maldición y devolverle la vida a la montaña, pues en ella existe un secreto aún más valioso.

Pero eso es otra historia...


Ed Towers Kelevra

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