jueves, 14 de mayo de 2015

Alejandro

Desde el primer día en que te conocí supe que iba a quererte. Te deseé ver retorciéndote cual gusano y poniéndote de rodillas tras yo decir "siéntate, perro". Te sonreí y te hice la plática. Creo que te gusté, me mirabas mucho y yo no podía sostener mis ojos en los tuyos; imaginaba cosas. Sabía que conmigo descubrirías que eres multiorgásmico y que a la larga ya no podrías zafarte de mi mente; tendrías ahí, presente en la sopa, en el tendedero con ropa seca, en el mosquito tortuoso del verano y la levadura del pan, a mí, con los labios rojos y húmedos de deseo, y esa expresión que vas a alucinar en tus amantes por el resto de tu vida. Serías mío y nada más que mío por el tiempo que yo quisiera y para lo que yo quisiera hacerte.   

Te soñé todas las noches durante dos meses enteros. Fuimos un amor libre en hamacas bajo atardeceres, nadamos desnudos en una cascada; fuimos un tibio beso en el sillón de mi sala y después risas en la cocina; fuimos una caminata nocturna por calles desoladas y con gruesas gotas cayendo del cielo; un débil día soleado de otoño con las hojas amarillas debajo de nuestros pies; un par de locos hablando de otras dimensiones rozando la yema de nuestros dedos como queriendo traspasarnos al igual que en cientos de ocasiones traspasamos las paredes. No tenía ni una mísera ilusión contigo pero yacían emanantes y vaporosas todas estas hermosas aventuras.

Sin tú hacer nada, ni pretender nada, ni planear nada o poner el más mínimo esfuerzo; me enamoré de ti. Tras dos meses había perecido, yacía derrotada en mi sofá; ni cerrando los ojos estaba cuerda. Estaba, estoy, jodidamente enamorada. Recalco, no locamente enamorada porque el amor a mí no me enloquece, me jode por completo. Y ya te quiero, te quiero tanto y de tantas formas y para tantas cosas. Coño, en la oscuridad de mis impulsos te me apeteces de esclavo, te uso para mi placer sin que ni siquiera te des cuenta, estimulándome con tu charla inteligente preámbulo a la cama, mi cama, donde yo mando, tú obedeces. Veo tus manos e imagino la calidez de tu sangre y nunca había visto ojos como los tuyos, tan llenos de fuego, todo tú eres fuego. Y yo tan agua, soy una gotera audible en el silencio y la soledad de la noche; pero si te veo, ¡Oh!, tan sólo con verte dentro mío ya hay una tormenta.

Reprimí mis impulsos y mis ideas en cada ocasión que coincidimos, el escalofrío belicoso tan propio de mí ya me iba comiendo los sesos, el corazón y cada uno de los órganos. Eres buena persona, Alejandro, pero sucede que en el fondo yo no lo soy, siempre he sido cruel, y si no tuviera sentimientos por ti ya lo hubieras constatado. Ruego, de verdad, por que cuando lo descubras no te alejes. Mejor no lo descubras, Alejandro, y quédate conmigo. A pesar de mis enormes ansias por poseerte, me aferré a aquel sueño del amor libre, la cascada y los atardeceres. Y me prometí a mí misma que no haría absolutamente nada para llamar tu atención, que tejería la telaraña y ya tu te acercarías por voluntad propia. 

Y así pasé dos meses más, alimentándome de tus migajas, llorando de frustración y trazando doscientos cincuenta planes para hechizarte, manipularte y que fueras tú al que se le salieran las lágrimas sin tu previo consentimiento. Esta lucha sobre herirte o no herirte me estaba matando, mi cabeza me estaba haciendo trizas porque mi naturaleza me exige pensar sobre cada detalle en todo momento y medir cada uno de tus gestos y expresiones corporales, calcular la medida exacta de lo que te gusta y lo que no e irme maquillando con ello como lo haría cualquier lobo sobre la estepa. Sin embargo, todo quedó allí en el retazo de mi mente, y seguí esperando con total cautela a que te enamoraras de mí, mostrándome cómo soy. Me estabas matando, Alejandro, y con lo mucho que me gusta la muerte, necesitaba que los hicieras despacio, lentamente, beso a beso. Y así fue como nos besamos la primera vez, como dos niños recogiendo flores en un campo abierto. Encendiste una luz en mí que no sabía que existiera; eres fuego.

Fue entonces cuando empecé a amar cosas que no sabía que era capaz de amar, y recitaba todo el tiempo como si fuera de mi autoría, como si estuviera atorado en mi esófago junto a las despiadadas y asesinas mariposas, como si no lo hubiera leído antes en algún lugar y me hubiera sabido en otro momento asquerosamente dulce, estos versos:

"Amo las cosas que se pueden entrelazar,

tus manos,
tus cabellos,
tus dedos,
tus piernas,
tu lengua,
tu vida, la mía..."

Descubriste cómo me gusta besar, con desesperación. Y de verdad creí que iba a ser posible, que esa pequeña vela encendida desde tu llegada me iba a inundar con una sensación tranquila, como feliz, nunca antes me había sentido feliz, pensé que era un invento de la literatura intrascendente o la mala filosofía, pero ahí estaba, esa aura suave alrededor de mi cuerpo cada fin de semana en el que te tenía. Tener, aborrecí la idea de tenerte, quería vivirte, así, libre, salvaje, lleno de ti, sin privaciones ni límites. Pero el ser humano no está hecho para la libertad.


Cuando una persona no sabe a que atenerse, teme; la supervivencia nos ha hecho requerir algo de que sujetarnos, de lo contrario el pánico entra en acción. Somos criaturas débiles. Y tú, miserable, nunca diste ni un carajo por mí. Mi telaraña se quedó ahí, medio descocida, desgastada por el olvido, se contaminó nuestra cascada y el cielo al atardecer y mi sueño puro se trastornó en el más doloroso de los insomnios. La oscuridad regresó y con ella la ansiedad, las imágenes de ti suplicante ante mi puerta. Perdóname, Alejandro, pero yo enfermo, muero y mato por amor.  Perdóname por lo que estoy a punto de hacerte porque anhelo con toda la fuerza de mi alma deshacerte. Es tu culpa, Alejandro, lastimarme es como abrir las puertas del infierno. 


De antemano siento decirte que vas a sufrir mucho, no por ahora porque yo no lo quiero, pero en tu cuello ya va la soga que me pertenece, una correa y un dije con tu nombre; con el tiempo va a gustarte que te trate como animal. Esa parte de mí, sombría y grotesca, me ataca con susurros, sensaciones punzo cortantes en mi esqueleto, quiero aventármele a tu yugular, fornicar contigo ruidosamente; sin embargo te sonrío espontánea y coqueta, para  darte después un muy largo beso en la boca, en mis ojos no hay pizca de ternura, ¿por qué tenías que recordarme, Alejandro, que dentro mío no cabe la luz?


Voy a dártelo todo, absolutamente todo lo que me pidas,  me tienes a tu disposición. Pero un día, sin decirte nada y sin previo aviso te lo arrebataré. Soy un monstruo, Alejandro, pero sé querer, a ti te quiero, te quiero arrastrándote detrás mío y yo no volveré hacia atrás y tú me seguirás soñando en tus desvaríos y contemplándome en la oscuridad de tu cuarto, en el humo de tu cigarrillo, en el agua de tu ducha, la sal de tus alimentos, la sequía de tu garganta, la zozobra de tus amaneceres. Perdóname por lo que voy a hacerte, mis intenciones no eran que termináramos así, muriendo juntos, pero tu indiferencia es insoportable y se me fueron acabando las armas para luchar contra mi ansiedad, tu poco cariño no pudo contrarrestar el odio con el que vine al mundo, las ganas de verlo todo caer frente a mis ojos y la enorme ambición de poder, poder para destruir, poder para hacer lo que me dé la gana. 

    
Perdóname, pero esta es la única forma en la que sé querer. No conozco más, no me enseñaste más, no hay nada mío que no se haya podrido aún. Me duele verte así, sonriéndome, ignorante del daño que me ocasionas, no sabes nada del veneno bajo mi piel, sigues aquí, abrazándome fuertemente, besándome las clavículas, sin la más pequeña intuición de que seré la espina que atormentará de por vida a tu pensamiento. Ay, Alejandro, si tan sólo me hubieras dicho lo que más quería escuchar, nada de esto pasaría. Perdóname, sé que no lo haces adrede, eres una buena persona, pero en el fondo, yo no lo soy.     


1 comentario:

Salvador El Bohemio dijo...

¡Toda una viuda negra, agradable forma para destruir lo amado!