En la sobriedad de un verano suntuoso, claro azul, fresco como las flores de algodón, salado e intensamente bello; Cristal te recordaba.
El paño en su piel la había dejado en la soledad de un cuarto en la casa de una señora mayor ya casi ciega, con el único atractivo de una ventana inmensa con vista al mar. El roce de la brisa son las únicas caricias que Cristal conoció, así como la de los rayos del sol la única gentileza. Cristal, con los huesos enfermos y el corazón cansado, te recordaba.
A ti, sueño enterrado en la arena, ido en un velero fantasma, abandonado en una botella. Cristal, con el armazón de piel bicolor, el cabello gris como el angosto cielo, y la casa desvencijada como su vida entera, sentóse a contemplar recuerdos, como ajenos, como perdidos, y cerrando los ojos decidió permanecer así, como la anciana del piso de abajo, sin muebles y sin visión, para al fin y al cabo sucumbir al mar desde su ventana.
Salvador Dalí
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