viernes, 23 de mayo de 2014

Una Tarde Maravillosa

Corazón, ¡cómo me has hecho trizas! Sólo me quedó tu beso en la comisura de mis labios, tu ceño fruncido y tu sombra en los espejos. Se me han ido las ganas de esperarte y ha empezado mi embriaguez, la que ya conocías, la que está llena de olvido.

Fue una tarde maravillosa, con el césped crecido a causa de tus irresponsabilidades y con el sol en el cenit, enviándonos bajo la sombra de tu árbol preferido. Sé que me recosté junto a ti y te tomé la mano, sin decirnos nada más que tonterías, viendo tus ojos y tú riendo de mí. Pero empieza a costarme recordar, porque el tiempo me ha acostumbrado a recordarte como un sueño, como lo que siempre fuiste: humo, niebla, delirio, incertidumbre. 


Recuerdo un espejo con paño y un cenicero atiborrado de melancolías, nuestro reflejo fue cortándose a lo largo de estos años, dos, tres años, no lo sé, nunca he sabido, yo no distingo el día en que llegaste del que te fuiste, siempre fue igual, fuimos iguales, necios tratando de domar lo indomable y de someter lo insometible, niños perdidos y luego encontrados. Siempre te ibas... pero aquella vez no volviste.


La cama no tenía sábanas, finalmente habías cambiado las cortinas por unas verde oscuro, te sentaste y rechinó la silla, ya acostumbrada, como yo, a tus ausencias. Encendiste un cigarrillo y apreté los ojos, parada frente a ti, fría como piedra, porque quería imprimirte en mi memoria, quería tenerte, presentía el adiós. Sabía que no soportaría mi vida sin tu expresión triste, sin tu taciturno suicidio. Me recosté en la cama. Te burlaste, sonreí.


Fue la única vez que me viste llorar, lloré silenciosamente aferrada a tu pecho, con tus dedos acariciando mi espalda y con ella la desolación tangible en cada uno de mis poros, no me había percatado de que temblaba hasta que tú me dijiste. Pediste que no lo hiciera y yo apreté tu cuerpo, como si hubiera recibido una bala. Corazón, ¡cómo me hiciste trizas!


Nunca me sentí tan libre como ese día, cuando me soltaste. Maldigo mi libertad nativa, no la que tengo contigo, la que tengo sin ti, cuando estoy sola. Porque la soledad me separa de la indiferencia, provoca el deseo de perderme dentro de mí misma. Tú ahuyentabas mis demonios, sabías cómo, jugabas con sus posibilidades.


Te fuiste sin limpiarme las lágrimas, sin llevar contigo fotografías ni espejos rotos. Lo último que susurraste, antes de llevarme a casa, antes de aferrarme a ti, fue:


"Te amo, ¡cómo te amo!, pero eres tan niña, tanto te falta y yo viviendo tan ocupado lidiando con la vida. Sé del dolor que te provocan mis múltiples despedidas, mi amor momentáneo, y ya no aguanto herirte. Tal vez, en otro tiempo, en unos años, te encuentre y me case contigo y pueda cumplirte las promesas que había hecho; pero es egoísta pedirte que me esperes, porque ahora yo no puedo darte nada."

Entonces yo, que te amaba, tanto como me era posible, me di la vuelta con el puño cerrado y con la ropa empapada en un manantial de desdicha. Y te esperé, contradiciéndote, como fidelidad a mis costumbres, durante años, o siglos, no lo sé, no distingo el día en que llegaste del que te fuiste, porque el tiempo y la soledad me acostumbraron a aceptar que no exististe, ni existes, ni existirás.


lunes, 19 de mayo de 2014

La Verdadera Historia de Rapunzel

Rapunzel

por

Los Hermanos Grimm




Había una vez un hombre y su mujer que habían deseado durante mucho tiempo tener un hijo, y al fin tuvieron razón para suponer que el cielo había oído sus deseos. Tenían una pequeña ventana en la parte trasera de su casa que permitía la vista de un hermoso jardín lleno de bellas flores y arbustos. Este jardín, sin embargo, estaba rodeado por un muro alto y nadie se atrevía a entrar en él a causa de que pertenecía a una poderosa bruja que infundía miedo a todo el mundo,


Un día, la mujer, que estaba cerca de la ventana, mirando hacia el jardín, vio un sembradío de hermoso rapónchigo. Tenía un aspecto tan fresco y verde que tuvo muchas ganas de comer algo. Este deseo fue creciendo cada día y como sabía que nunca podría ser satisfecho, empezó a palidecer y consumirse. Su esposo estaba alarmado y le dio:


-¿Qué te aflige, esposa querida?


-¡Ay! -contestó ella-, si no puedo comer un poco de rapónchigo del jardín de atrás me moriré.


Su esposo, que la quería, pensó:


-Antes de dejar morir a mi mujer tengo que conseguir algo de ese rapónchigo, cueste lo que cueste.


Así, cuando oscureció, saltó la pared del jardín de la bruja y cogió rápidamente un puñado de rapónchigo y se lo llevó a su mujer. Ella inmediatamente lo aderezó y comió con apetito. Era tan bueno que al día siguiente su antojo aumentó. Y no paró hasta que su esposo fue a buscar más. Así que, al anochecer, volvió al jardín, pero al saltar la barda se aterrorizó al encontrarse a la bruja frente a él.


-¿Cómo te atreves a entrar en mi jardín como un ladrón y robarme mi rapónchigo? -dijo ella mirándolo con enojo?-. ¡El mal caerá sobre ti!


-¡Ay! -contestó él- . sé compasiva conmigo, estoy aquí por necesidad. Mi esposa ve el rapónchigo desde la ventana y tiene tal deseo de él que se morirá si no le puedo llevar algo.


El enfado de la bruja desapareció, y le dijo:


-Si es como me dices te permitiré que te lleves todo el rapónchigo que quieras, pero con una condición. Tienes que darme al hijo que tu mujer está a punto de traer al mundo. Lo cuidaré como una madre y no le pasará nada malo.


En medio de su temor, el hombre consintió en todo y cuando la niña nació, la bruja apareció, le puso el nombre de Rapunzel (rapónchigo) y se la llevó.


Rapunzel era la niña más hermosa que hubiese en toda la Tierra. Cuando tenía doce años, la bruja la encerró en una torre en medio de un bosque. Esta torre no tenía ni puerta ni escaleras, sólo una pequeña ventana en lo alto del muro. Cuando la bruja quería entrar gritaba desde abajo:


-Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabello.


Rapunzel tenía espléndidos cabellos largos, tan finos como hilos de oro. Tan pronto como oía la voz de la bruja, desenrollaba su trenza y la dejaba caer por la ventana. La altura era de unas veinte brazas y la bruja subía por ella.


Sucedió que unos cuantos años después el hijo del rey cabalgaba por el bosque y se acercó a la torre. Desde allí oyó una canción tan hermosa que se detuvo a escuchar. Era Rapunzel, quien, en su soledad, pasaba el tiempo haciendo resonar su dulce voz. El hijo del rey quiso ir a ver a la que cantaba, pero cuando buscó la puerta de la torre no la encontró por ninguna parte.


Regresó a su casa, pero la canción le había llegado al corazón y cada día iba al bosque a oírla. Una vez hallándose escondido detrás de un árbol, vio a una bruja que llegó a la torre y gritó:


-Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabello.


Entonces Rapunzel dejó caer su trenza y la bruja subió por ella.


-Si esa es la escalera por la que se sube -pensó- probaré también mi suerte.


Y al día siguiente, cuando empezó a oscurecer, fue a la torre y gritó:


-Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabello.


El cabello calló de inmediato y el hijo del rey subió por él.


Al principio Rapunzel estaba horrorizada pues sus ojos nunca habían visto a un hombre; pero el hijo del rey le habló tan gentilmente y le dijo que su corazón estaba tan conmovido por su canto, que recuperaría el sosiego, hasta que la viese. Entonces, Rapunzel perdió el miedo y cuando él le dijo que si lo querría por esposo y ella vio que él era joven y apuesto, pensó: "Me querrá más que la vieja madre Gotel." Así que le dijo: 


-Sí. -Y dejó caer sus manos entre las suyas. Ella le dijo:


-Me iré gustosa contigo, pero no sé cómo salir de esta torre. Cuando vengas trae cada vez una madeja de seda y yo la trenzaré y cuando sea lo bastante larga bajaré y tú me llevarás contigo en tu caballo.


Le dijo además que tendría que verla al atardecer pues la bruja venía durante el día. La bruja no descubrió nada hasta que una vez Rapunzel le dijo:


-Dime Madre Gotel, ¿cómo puede ser que tú seas mucho más pesada al subir que el joven príncipe que no debe tardar?


-¡Oh!, niña malvada, ¿qué estás diciendo? Yo pensaba que te había separado de todo el mundo y tú me has engañado.


En su rabia agarró el cabello de Rapunzel, lo torció dos veces sobre su mano izquierda y cogiendo unas tijeras cortó su trenza. Fue tan despiadada que se llevó a Rapunzel a un desierto y la obligó a vivir en medio de penalidades y miseria. 


Por la tarde de ese día en que Rapunzel se vio condenada al destierro, la bruja cogió la trenza y la colocó en un gancho de la ventana y cuando el príncipe vino dijo:


-Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabello. 


Ella dejó ir la trenza. El príncipe trepó, pero no encontró a su amada Rapunzel sino a la bruja que lo miraba con ojos malvados, llenos de furia.


-¡Ah! -dijo ella burlándose-, has venido a buscar a tu amor, pero el hermoso pajarito ya no está en su nido; y ya no puede cantar más, pues el gato la ha agarrado y te va a sacar los ojos a ti también. Rapunzel está perdida para ti; nunca la volverás a ver.


El príncipe estaba fuera de sí, en medio de su pena y en su desesperación se echó por la ventana. No se mató, pero le sacaron los ojos las espinas entre las que cayó. Vagó ciego por el bosque y no tenía sino raíces y bayas para comer. No hacía otra cosa que suspirar y lamentarse por la pérdida de su querida esposa Rapunzel. De este modo anduvo durante años hasta que llegó al desierto, donde Rapunzel había estado viviendo muy pobremente, con los mellizos que había tenido: un niño y una niña. 


Un día, de pronto, el príncipe oyó una voz conocida y se dirigió hacia ella. Rapunzel lo conoció en seguida y lo abrazó llorando. Dos de sus lágrimas cayeron en sus ojos y estos se aclararon inmediatamente y pudo volver a ver igual que antes. 


Él la llevó a su reino, donde fue recibido con alegría y vivieron muchos años felices.



martes, 6 de mayo de 2014

¿Para Qué Sirven los Comunicólogos ?

El rol de un comunicólogo en la sociedad

Violeta Carrasco Jiménez


No hay comunicación sin sociedad ni hay sociedad sin comunicación, entonces ¿cuál es mi rol como comunicóloga?

Esta es una de las preguntas más difíciles a las que me he enfrentado desde que empecé mi carrera, sobre todo porque exige la definición de dos conceptos sumamente complejos: sociedad y comunicación. Por lo que para dar una respuesta aceptable debo empezar por explicar dichos conceptos.
‘Sociedad’ se plantea ambiguamente en los diccionarios, recorriendo desde grupos con intereses comunes hasta la convivencia bajo los mismos ámbitos espaciales y culturales. Yo prefiero más la postura de Durkheim y su sociedad con poder divino, la estructura social de Marx y sobretodo la sociedad red de Castells; pero por esta ocasión emplearé mis propios términos con base en mis observaciones, lo aprendido de los teóricos mencionados y bajo opiniones personales.

Considero a la ‘Sociedad’ como una estructura que se balancea entre lo ordenado y lo caótico, gráficamente la visualizo como una gigante telaraña mecánica, donde cada intersección es un individuo o un engrane que envía información hacia una o varias intersecciones (nodos) a la vez. Los individuos son engranes porque desempeñan una función dentro del mecanismo, poseen movimiento y dirección (todos marchan hacia la misma, si uno se desvía se avería la máquina) y son nodos porque reciben, procesan y retransmiten información. Aunque la estructura representa el orden, el intercambio de información produce caos, porque es simultáneo, en sentidos diversos y prácticamente sin control.

Esta estructura de telaraña mecánica ajetreada, está bajo la continua influencia de otro aparato no tangible, la energía que empuja a los engranes, a la cual llamaremos ideología. La ideología, para este ejemplo, es una fuerza que tiene el objetivo de impulsar o motivar a los nodos para que procesen la información de cierto modo y lo retransmitan de ese mismo, creando una reacción en cadena que una a todos los engranes; de vez en cuando las ideologías cambian y algún grupo de engranes empieza a moverse en otra dirección, pero poco a poco va regulándose todo el mecanismo. Digamos que la sociedad es algo que se autorregula. ¿Y de dónde sale la ideología?, bueno, como decía, es un poder superior y está en las manos del relojero (suponiendo que nuestra telaraña mecánica sea el interior de un lindo reloj), el cual cambia de vez en cuando; también pueden ser muchos al mismo tiempo.

En pocas palabras, hasta ahora tenemos un reloj con un mecanismo interno en forma de telaraña que es ajustado o desajustado por un relojero. Ahora toca introducir la comunicación en este aparato, porque va más allá de la simple recepción, procesamiento y retransmisión de datos. Es momento de incluir a Habermas en la lista de teóricos difíciles, pero necesarios.

Sin comunicación no puede haber sociedad y sin sociedad no puede haber comunicación; ¿Por qué? Porque estamos hablando de un círculo, de un ciclo creacionista en el cual una cosa está en función de la otra y viceversa. Me explico: La ‘Sociedad’ o el sistema integrador –como le llama Habermas- posee una base cultural que establece un simbolismo colectivo o individual para quienes perteneces a ella, tal simbolismo influye en la racionalidad de estos miembros, formando su personalidad y por lo tanto su modo de actuar e interactuar entre ellos, logrando una integración o no integración. Cuando se da el proceso de interacción (comunicación) y se llega a la integración, se forma una sociedad. Por lo que la ‘Sociedad’ es resultado de un proceso comunicativo y a su vez creadora del mismo.

El proceso del que estamos hablando lleva consigo un acto de entendimiento, el cual es primordial para la futura integración y conformación de una sociedad. El entendimiento se logra cuando se conjuntan la veracidad, la correspondencia con las normas contextuales y la validez (congruencia con la intención del emisor); sin mencionar la disponibilidad de los involucrados para hablar sobre el mismo tema y sobre todo para escuchar al otro.

Una vez desglosada la sociedad en sus partes de orden y caos, empiezo a digerir mi ocupación y rol como comunicóloga bajo mi campo de acción que está expuesto precisamente un párrafo antes -incluyendo estrictamente los conceptos de sociedad y comunicación- llegando a la conclusión de que la labor de un comunicólogo está en comprender la comunicación (valga la redundancia) para su futura implementación como base de una sociedad.

De la comunicación dependen los demás elementos sociales del ciclo propuesto anteriormente: la cultura, los símbolos, el raciocinio… Que a su vez reforzarán la sociedad ya establecida o generarán una nueva. El comunicólogo interactúa con objetos de cambio o reforzamiento, con poderes creacionales, destructivos, inamovibles. Su rol es estudiar la comunicación para conocer la sociedad y lo que conlleva, o al menos así yo lo percibo hasta ahora. En conclusión, si la sociedad y la comunicación van de la mano, el comunicólogo interactúa con ambas; de modo que si modifica una, transforma la otra, y es la transformación el punto que siempre me ha interesado, porque empiezan a preocuparme la cultura, los símbolos, el raciocinio y demás componentes de la sociedad de la que soy parte.

A pesar de que siento que el comunicólogo tiene opciones inagotables de roles, considero que tratar de decir cuál es su aporte social es de los retos más difíciles, justamente como consecuencia de sus numerosas posibilidades; por ello me empeñé en descifrar su rol principal utilizando los conceptos clave como guía y admito que gané satisfacción al reconocer mi importancia como comunicóloga y pisar suelo firme al fin, después de dos semestres, sobre mis metas.