miércoles, 5 de febrero de 2014

La Vez que Visité el País de las Maravillas II

Ya es momento de narrar la curiosesca segunda vez que visité el País de las Maravillas. Como había dicho anteriormente (La primera vez que visité el país de las maravillas) ocurrió el mismo día a eso de las 11:00pm cuando ya estaba sumida en mi sueño y de alguna forma (que no consigo entender, puesto que de un sueño no se ve el principio) alcanzo a recordar como inició:

Apenas hube rozado mi almohada con la mejilla, me levanté de mi cama y me dirigí al corredor. Al fondo del mismo había una puerta de madera que siempre ha estado ahí y que de ser otras circunstancias al abrirla me habría llevado a la recámara de mi hermano -donde soñé antes- sin embargo, por esta ocasión, me impresionó el notar que, al abrirla, avisté el mismo valle inmenso de la primera vez.


Yo aún conservaba mi tamaño descomunal , ¡era fácilmente tres veces más grande que los árboles! después de haber dado unos pasos en ese valle, divisé a lo lejos una peculiar casita de colores.


-¡Es ahí, es ahí!, es la misma casa, debo ir hacia allá. -Dije, señalando entusiasmada con el dedo índice, para después apresurar el paso hacia esa casita ya deshecha por mis travesuras anteriores y que aún conservaba la chimenea encendida.


Conforme me fui acercando al tropel de árboles, fui encogiéndome hasta llegar a mi tamaño natural. Después me sumergí en el oscuro y enmarañado bosque. Una vez adentro hallé senderos de colores con un letrero de madera como indicador de adónde dirigían.


No recuerdo muy bien el color del sendero que tomé ni las inscripciones en el señalamiento, lo que sí recuerdo es haberme desviado un poco del camino porque me topé con algo que atrajo mi atención: algunos árboles del bosque estaban secos y grises, desmoronándose como cenizas. Quise echarles un vistazo.


Esa región del bosque en particular parecía abandonada hace muchos años, se podía respirar el polvo y mis manos se enredaban con telarañas gigantescas por doquier. Una diminuta arañita salió de la nada. Dos diminutas arañitas. Tres... ¡Centenas de diminutas arañitas! Y esas criaturas horribles me persiguieron por ese caos de árboles disecados, la persecución comenzaba a asustarme cuando noté que llevaba algo en los bolsillos, entonces saqué de ellos un artefacto muy singular.


Este artefacto era una pequeñísima burbuja con un bichillo adentro, algo así como una mariposa. No sé muy bien que me llevó a creer que sería una buena idea arrojar estas burbujas que atiborraban mis bolsillos hacia las arañas, pero no importa, porque funcionó. Al reventarse las burbujas las mariposas devoraron ávidamente a las arañas, dándome una oportunidad de salir a zancadas de ese bosque.


Retomé mi camino como si nada, sacudiéndome un poco el vestido y arreglando mi cabello. Después de un corto lapso de tiempo, distinguí a lo lejos la entrada de un jardín.


Es bastante extraño, pero siento que estuve ahí antes, en algún otro de mis sueños extraviados, solo que en mi recuerdo la apariencia del jardín era mucho más hermosa. Entré por curiosidad, habían muchos arbustos en la entrada, de esos con los que algunos jardineros hacen figuras de animales. Había también flores de larguísimos tallos, sin embargo todas a punto de quedar marchitas. También habían personas, de piel grisácea y atuendos opacos, caminando de aquí para allá. Los miré a todos un poco extrañada... no recordaba al país de las maravillas así de triste.


En ese laberinto de jardín, tropecé con unos escalones de piedra. Al irlos subiendo divisé una placa de aspecto pesado y viejo que con letras doradas (aunque ya al borde de ser cubiertas en su totalidad por enredaderas espinosas) decían mi nombre completo y debajo, una fecha. No, lo siento, no recuerdo esa fecha.


Subí los escalones y me topé con una serie de lavaderos en cuyo interior había un cultivo de absurdas plantas. Era algo así como un invernadero. Me acerqué al primero, ¡olía terrible! era una plasta verdosa con flores de huevos podrido. Los demás cultivos tampoco eran muy agradables, tenían moho y regurgitaban, hacían flip y flap sus desfiguradas burbujas. Sin saber que hacer tomé una cantimplora rosada del suelo y las comencé a regar sin ningún fructífero resultado. Me crucé de brazos, como haciendo berrinche, hasta que una de esas personitas con traje opaco me sorpendió a mis espaldas.


-Esto es tuyo, esto es tuyo, y no tienes que preocuparte, nosotros las cuidaremos, pero ya tienes que irte, ya vienen los caballeros del rey.


-¿Quiénes? 


-¡Los caballeros del rey!


De pronto escuché el relinchar de los caballos, sus cascos a lo lejos y me asusté. Recordé (no sé cómo, ni por qué, ni sabía que se podía recordar dentro de un sueño) las figuras torpes de caballeros de armaduras plateadas con estandartes rojos (¿blancos?, o ¿blancos con rojo?) y los volví a escuchar marchando hacia mí.


- ¡Me tengo que ir, ya vienen!, pero ¿a dónde voy?


-Pues a dónde más -me dijo ese hombre burlón - vete a la casita, ¡corre!, ¡anda!, ¡ve!


Corrí, con una rapidez increíble para ser un sueño; pero no llegué a ninguna parte, porque los rayos de luz son crueles cuando pretendo seguir durmiendo y golpearon mis ojitos antes de las 10:00 am. Me revolví en los cobertores pesados, intentando mantener las imágenes en mi cabeza, para siempre; porque había sido maravilloso, tan maravilloso como lo es el País de las Maravillas.  



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