Un Pedazo de la Época Medieval en "El Nombre de la Rosa"
(Un repaso de aquello que la película "El Nombre de la Rosa"(1986) nos muestra sobre el medievo)
Lo más triste de todo es que se quemó la biblioteca, que la culpable de las muertes no fue un hombre, fue la risa, porque esta era pecado, porque incidía en el caos, porque la risa ahuyentaba el temor y sin temor no cabía la fe. Lo más triste de todo es hay quienes todavía le temen.
Los
franciscanos son pertenecientes al clero regular, que a diferencia del secular,
se caracterizan por un “raciocinio superior”. Con “raciocinio superior” me
refiero a no atribuir cada acontecimiento a la obra de Dios o del demonio, sino
buscarle una causa lógica, utilizar la inteligencia y la observación como
recursos de investigación y método para hallar soluciones. En cambio el clero
secular tiene la tendencia a alarmarse por todo, posee un miedo tan denso como
el ambiente medieval metido hasta el tuétano, manteniéndolo en un estado de
sugestión e incongruencia.
A
pesar de que ambos cleros poseen líderes espirituales, uno es repudiado por el
papa mientras el otro tiene su consentimiento. Pues los franciscanos promueven
la búsqueda del conocimiento y la vida sin riqueza; los seculares aprecian sólo
la conservación del conocimiento en bibliotecas y aluden a los tesoros. El clero
regular cree y sostiene la pobreza de Cristo, pero el secular no cree en la
pobreza de la iglesia.
Es
fácil reconocer a un franciscano. Vivían humildemente -por no decir pobremente- poseían la chispa de la duda y la curiosidad; aunque no eran completamente
inmunes al miedo, al menos se esforzaban por defender lo justo a través de la
acción y la palabra. Se preocupaban no sólo por la carencia de bienes
materiales en las personas, sino también por la de bienes espirituales. Un
monje secular, por otro lado, no debía
hablar ni reír porque esto último sólo los tontos lo hacen y con respecto a la palidez
en sus cuerpos, asumo que tampoco debían salir de su abadía.
En
la época medieval puede observarse una diferencia abismal entre la clase alta (o
la Iglesia) y el pueblo. La mendicidad se usa provechosamente y el estado insalubre
se atisba en las calles. Empero sobresalen destellos de luz y de auténtico
desarrollo, como los instrumentos de medición y los anteojos, así como algunas
técnicas de medicina. En cambio persiste esa idea de atribuirle la vida y la
muerte al demonio, lo bueno y lo malo, junto a ese dejo de crueldad letal sin más
propósito que esparcir terror, porque terror es igual a control y obediencia, a
debilidad, fe y credulidad absoluta.
El papel de la mujer en el medievo
se entiende a la perfección. “La mujer es más amarga que la muerte” dijeron,
entre otras referencias, como cuando el representante de los franciscanos (un
poco hundido en la locura) remata la causa de los asesinatos, objetando que el
joven muerto poseía algo femenino en la mirada, por ende algo diabólico; el
deseo de copular con seres demoníacos. Se le atribuye a la mujer el papel de bruja,
se le acusa de tentar a los hombres buenos y ser el motivo de sus actos
impuros. La mujer es la tentación, la debilidad del hombre, lo maligno en carne
y hueso, lo inferior y lo indigno.
La
mujer es perversa por naturaleza, pero la virgen María parece ser la excepción;
el ejemplo del milagro en el cual un ser tan malvado como una fémina tornóse
buena mediante la santidad. Por ello a María se le pide, porque se sabe que es
milagrosa, capaz de conceder hasta lo imposible.
En
un principio me pregunté cómo una persona podía ser tan estúpida como para
tragarse tales absurdeces, pero recapacité en que no puede culparse al pueblo
de no entender algo que jamás se le ha explicado correctamente y que además
carece de las herramientas para entenderlo. Culpo ahora a los supuestos guías
espirituales, porque por supuesto que ni ellos mismos se creían el cuento. “Los
libros contienen una sabiduría diferente a la nuestra e ideas que podrían
alentarnos a dudar de lo infalible de la palabra divina” la boca del padre franciscano
rebosaba de verdad; la duda es enemiga de la fe.
Finalmente
quiero hablar de la inquisición, con rencor y asco, porque son la evidencia de
que el poder pudre al hombre que primeramente buscó ser una muleta para
la gente. La inquisición (y no creo equivocarme) debió ser una de las mayores
atrocidades en la Historia de la humanidad; eso de torturar en nombre de la
voluntad de Dios carece de sentido, el
respeto y amor se confunde con el temor hacia un Dios vengativo y sediento, y
lo que más me aflige es que después de haberse convertido la Santa Inquisición
en un ícono medieval se trasladó al presente como un principio de que Dios
desea nuestro sufrimiento.
Los
colores del medievo son rojos y grises, cafés, sin sol. “El nombre de la rosa” permite
a la perfección el disfrute de esos colores, aunque haya sido un pequeño
pedazo. Y nos cuenta una historia que invita al análisis sobre la fuerza, el
poder, la debilidad, la pobreza, el conocimiento y la rebeldía. Es, sin duda,
una obra de arte.
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