Hadas mortíferas solían ofrecerle regalos de su cultivo de flores para que adornara su cabello castaño. Todo aquello que crecía en el bosque, crecía muerto, por ende las flores siempre estaban marchitas. Cuando jugaba al escondite, lo hacía con su sombra; si tocaba a un duende, lo transformaba en piedra. Todos los árboles, secos, no le propiciaban ningún refugio para la lluvia; y era fácil perderse entre los senderos, todos se veían iguales, porque todos eran lo mismo.
De vez en cuando el silencio se rompía por horribles cantos provenientes de las arpías que custodiaban el cielo y moribundas aves en sus nidos. Un día, la joven halló a una de estas criaturas tendida sobre la hierba, cuando la vio sintió sincera compasión y el ave, agradecida, le cantó un poco. La joven, convencida de que si aún cantaba, podría volar, la arrojó al aire y le pidió que la llevara consigo. El ave la tomó de los brazos y con increíble fuerza la levantó del suelo. Ella soltó su paraguas.
La joven cayó asustada tras oír un terrible bramido atrás de ella. Se había alzado una luna roja y la lluvia ahora la empapaba. La figura de un caminante deforme estaba frente a sus pies. Con los ojos enardecidos hacia la pequeña que intentó escapar, aquel demonio sin cuerpo o forma tiró de unos hilos invisibles y la colocó a su altura. Sin posibilidad alguna de despegársele, ella danzó con él durante media espiral.
Tras un forzado baile para la diversión del demonio, la arrojó al barro, junto a su paraguas, dejándola inconsciente. ¡Oh, pequeña, pobre de mí!, llevo tanto viendo a esta historia repetirse y tú sigues siendo incapaz de volar fuera del bosque. La espiral del sueño se encoje y se extiende pero le es fiel a su narración. Despertarás con miedo, con la lluvia escurriendo de tu rostro, encontrándote ahí, en el siempre.
La joven, tras dormir sin sueño alguno, despertó empapada, abrió el paraguas y siguió caminando bajo la lluvia.
1 comentario:
¡A seguir caminando bajo la lluvia, más y más!
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